sábado, 15 de agosto de 2015

Dejarse ir

Dirección: Mauro Molina
Sala: Abasto Socialclub; YATAY 666- CABA
ESTRENO: SÁBADO 1/8 


      3° puesto Género Teatro

CONCURSO LITERARIO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BUENOS AIRES (Argentina)






 “Dejarse ir”
________________________________________________________________________
De Luis Quinteros


Toda puesta en escena de este texto deberá contar con la autorización expresa de su autor.
  
En escena:
Fernando Musante, María Viau, Gabriel Yamil

Voz en Off:
Ricardo Martínez Puente

Diseño de vestuario:
Lara Sol Gaudini

Diseño de escenografía:
Jorgelina Herrero Pons

Diseño de luces:
Horacio Novelle

Música original:
Micaella Carballo

Diseño gráfico:
Exequiel Abreu

Prensa:
Ayni Comunicación, Romina Pomponio

Texto:
Luis Quinteros

Dirección y puesta en escena:
Mauro Molina


Aída:              Desde la hora del desayuno andan por ahí, son muchas e insistentes, no hacen ruido pero igual escuchás como si murmuraran. Nadie entra a tu mundo sin que vos quieras, pero ellas no piden permiso, te invaden.
Sos una mujer cualquiera que trabaja de lunes a viernes hasta las catorce horas. Tomás el colectivo y llegás al barrio donde naciste hace cincuenta años. La cuadra está tranquila, es el comienzo de la siesta, el sol está más fuerte que nunca, va a ser un fin de año caluroso, pensás. Siempre quisiste pasar las fiestas en un lugar donde hubiese nieve, como en las películas de navidad, como el papá Noel que está en el arbolito, parado en el trineo tirado por renos.
Cuando bajás del colectivo, caminás desde la esquina hasta tu casa, justo a mitad de cuadra, es el treinta y cinco cincuenta de la numeración. Esta combinación numérica fue la primera que aprendiste…Por si te perdés Aída, decía tu mamá. Vos repetías hasta el aburrimiento: Villanueva treinta y cinco cincuenta ¿Te acordás Aída de esa Aída?
(Pausa)
Las casas de tu cuadra fueron remodeladas una a una a medida que sus dueños, los que te vieron crecer, las fueron dejando. Mientras caminás, a la izquierda, pasan puertas laqueadas blancas, ventanas de vidrios fijos sin postigos, jardines abiertos con piedritas blancas o césped verde oscuro de hoja gruesa, luminarias de jardín y picaportes cromados, carteles de empresas de  seguridad y porteros eléctricos con cámara. A la derecha, como testigos del paso del tiempo, los árboles de siempre permanecen, altísimos,  no los derribaron de milagro, pensás. Caminás entonces entre lo viejo y lo nuevo, llegás a mitad de cuadra, tu casa no es la única excepción. Vos vivís en la del medio, a la derecha vive Ramón  con su mamá y a la izquierda vive Antonio con su mamá… Estás escoltada por los vecinos de siempre.
Abrís la puerta de la verja de madera color verde agua, cerrás la puerta y cuando girás para enfrentarte con el porche de entrada, te paralizás… Sabés que ellas te están esperando del otro lado de la puerta. Mirás para arriba, hay mucha paz, las cortinas de la ventana de la planta alta permanecen cerradas por el sol, para que a tu mamá no le moleste la luz… Cruzás el jardín caminando sobre las baldosas acanaladas bordeaux, llegás a la entrada, tocás el timbre y esperás. Aída, pobre Aída, con la excusa de que tu mamá no se asuste cuando abras la puerta hacés sonar el timbre, pero en el fondo tenés la inocente ilusión  de que ellas se van a ir porque llegaste vos, la dueña de casa. Te ponés en punta de pie con tu cuerpo pegado a la puerta para espiar por el vidrio, mirás el living por un agujero del tejido de la cortina. El televisor está encendido, no lo apagaste desde entonces... El documental sobre los esquimales está comenzando otra vez, se repite la programación, ya lo escuchaste de fondo varias veces en los últimos días.
Ramón:         La bandeja del almuerzo plagada de ellas, encima son esas coloraditas que cuando te pican, te matan, tengo que exterminarlas ¿De dónde vienen? Probé de todo, veneno en polvo, en aerosol, también fumigué por todos lados, adentro y afuera, pero no funciona, son inmunes o se hicieron invulnerables con el paso de los años, nada las aniquila. Como los antibióticos, llega un momento que no te hacen nada, por eso cada vez vienen más fuertes y te revientan el estómago.
El miércoles me saqué una muela y me recetaron antibióticos para prevenir la infección. Aída me regaló muestras gratis que le dan en su trabajo. Desde el jueves, me comenzaron a salir unas picaduras por todo el cuerpo, en un momento pensé que podían ser estas malditas, que me atacaron mientras dormía. Pero anoche me encontré con Antonio en la puerta y le conté, él me dijo que podía ser una reacción de los antibióticos, un efecto secundario, me dijo. Bañáte con agua fría y ponéte té de manzanilla, me recomendó. Le hice caso, pero igual no podía dejar de rascarme, la picazón no me dejaba dormir, prendí el velador, saqué la lupa del cajón de  la mesa de luz para leer el prospecto. En el cuarto de al lado ella tosió y a mí me dio una puntada en el agujero de la muela. Debajo de la lupa había una revista, la puse ahí para cuando no me puedo dormir, se la saqué sin que se diera cuenta de las pilas de revistas que ella tiene junto a la cama, elegí cualquiera, ya no puede controlarlas porque son un montón. Cuando ya no esté, voy a poder vender la colección completa, nunca dejó de comprarlas. No me deja cambiarlas de lugar, solo me autorizó a fumigarlas, por los ácaros.  Ella volvió a toser en su cuarto. El prospecto de los antibióticos estaba enganchado en la revista justo en el comienzo de un cuento, yo no lo coloqué ahí, se encajó solo. Empecé a leer por arriba el cuento La ley de la vida de Jack London, luego ya no me pude detener… Según la tradición, el viejo jefe de la tribu es abandonado en la nieve junto a una fogata. El viejo no debe ser una carga cuando la comunidad tiene que cambiar de lugar para ir detrás de los animales que cazan para comer... Ella tosió y se quejó como si yo hubiera leído en voz alta. Apagué la luz del velador desenchufándolo, para que no escuche el clic de la perilla, el roce de mi cuerpo con las sábanas sonó amplificado. Otra vez tosió, como indicándome que sabía que yo aún no dormía. Una mosca zumbó cerca de ni oreja, me tapé la cabeza con la sábana.
Ramón apaga un grabador de cassette y luego rebobina la cinta para chequear la grabación. Es un equipo de los años ochenta.
Antonio:    ¿Vas a estar bien esta noche? Vas a estar bien… ¿Tenés hambre? Seguro que sí… ¿Querés que me quede con vos? Querés que me quede. Bueno me quedo, no voy a trabajar ¿No voy a trabajar?...Te hice una tarta de espinaca como a vos te gusta… ¿Prendo la tele? Mirá, están dando un documental de esos que te gustan a vos, hoy a la tarde también lo pasaron, lo vi en la tele de la cocina mientras lavaba las espinacas…Sí, lo repiten… Después del documental pasan esa película de Anthony Quinn, la de los esquimales… ¿Escuchaste? Anthony Quinn, tu actor favorito. Me da un poco de vergüenza contar en el trabajo que me pusiste Antonio por Anthony Quinn… encima con el uniforme, varias personas me han dicho que me parezco…La película en la que se muestran las costumbres de los esquimales. Pasan el documental y luego la película… a los esquimales se los llama inuit, así se les dice ahora en Canadá y toda esa zona, esquimal ya no se usa porque es ofensivo. Esquimal quiere decir, el que come carne cruda o algo así…Claro, no tienen forma de cocinarla, en el medio de la nieve, sin ningún tipo de combustible ¿Te das cuenta? es lo que digo siempre, la naturaleza es sabia y nosotros nos adaptamos ¿Te dormiste? Mirá que es temprano todavía.
(Pausa)
A la hora de la siesta anduve por la huerta del fondo, desde ahí pude mirar la ventana de tu pieza, el sol justo me encandilaba a esa hora. Estuve parado sobre la tierra negra mirando las cortinas blancas que se movían apenas con la brisa e imaginé tu cabeza blanca apoyada en las cuatro almohadas.
Las ramas de los tomates se doblegaban hacia la tierra por el peso de los frutos, no los pude arrancar porque están inmaduros, sería prematuro hacerlo, pensé. A mi izquierda, junto a la pared que da a la casa de Aída, las espinacas crecieron verdes y vigorosas.
(Pausa)
Hay un mosquerío tremendo, debe ser el calor de diciembre, este verano las moscas son azules, de todos modos no uso ningún tipo de fungicida, me gusta que las verduras crezcan al natural, que se defiendan solas de las plagas. Ramón insiste en regalarme insecticidas para las hormigas y las moscas, líquidos para las plantas de tomate, pero yo no quiero intervenir con la naturaleza, si crecen bien, sino la plaga habrá ganado, es la ley de la naturaleza…de la vida.
(Pausa)
Esta tarde, Aída lloró junto a la pared, podía escucharla, no me animé a decirle nada, seguí hablándote a los gritos desde la huerta para disimular y que ella no se diera cuenta que la estaba escuchando llorar.
Vos no me respondiste, me asusté, las cortinas de tu ventana se movieron hacia afuera como si una fuerza invisible saliera de tu cuarto, una mosca se metió en mi oreja y me cacheteé para sacarla, miré de nuevo tu ventana, me corrió un frío por la espalda, me ardieron los ojos y corrí hacia adentro de la casa, subí los escalones de a dos y me tropecé en la escalera, me lastimé las rodillas con el filo del último escalón, llegué junto a tu cama.
Ramón enciende el grabador para escuchar la grabación, pone play. Mientras escucha, rocía el ambiente con una máquina de flit. Habla y extermina, la voz de Ramón grabada se escucha de fondo.
Ramón:         Hay por todos lados ¡Qué hormiguitas de mierda! Pero cómo subieron al plato de mamá… Tomen, tomen, tomen hijas de puta.  ¡Huy! Es la una y media, me tengo que ir, no voy a poder lavar los platos.
¿Y estas moscas? ¿De dónde salieron? Viene del patio y eso que fumigué hace poco. Son azules, no verdes ni negras. Debe haber una rata muerta o un gato. Tomen, tomen, tomen ustedes también hijas de puta. Ahora cuando me voy, cierro las puertas y ventanas y chau…  cuando vuelva voy a encontrar un cementerio de moscas y hormigas.
(Pausa)
La tendría que saludar pero ya debe estar dormida. ¡Qué fresca que está la casa! Afuera debe estar ardiendo todo, es la peor hora para salir, el sol de diciembre es mortal, menos mal que voy vestido de blanco.
La grabación termina y se produce un silencio. Ramón pone stop en el grabador. Toma un bolso de mano deportivo y un manojo de llaves que manipula.
 Me escapo, me escabullo como aquellas siestas de verano cuando papá y mamá dormían. Cierro la puerta de calle con doble llave y avanzo hasta la reja blanca, el picaporte chilla porque la cerradura está oxidada por el sol y la lluvia, todos los años hay que cambiarla, pienso y puteo moviendo los labios… La puta madre, esta mierda que siempre se pone dura, si hago demasiada fuerza y quiebro la llave cagué, si se me traba la cerradura voy a llegar tarde al trabajo… miro de un lado a otro, por suerte no hay nadie, la mayoría de la gente está trabajando desde temprano, solo algunos comenzamos la jornada por la tarde.
(Pausa)
Aída llora.
 A mi derecha alcanzo a ver a Aída con la nariz pegada al vidrio de la puerta de su casa, como tratando de espiar hacia adentro a través de la cortina de macramé. ¿Qué le pasa? No me animo a hablarle, la veo muy perturbada últimamente. Hago ruido a propósito con el picaporte de la reja para que ella escuche y al instante...
Cae el manojo de llaves de las manos de Ramón.
¡Un portazo! la llave superior cierra, luego la inferior y el pasador rebota contra el tope con un sonido seco terminando el movimiento ¡Toc!
Camino rápido por la vereda porque si pierdo el colectivo voy a llegar tarde y me pregunto…. ¿Por qué no le hablé? a lo mejor necesita algo y no se anima a pedírmelo. En el fondo sé que el insecticida que le regalé no funcionó, no me lo perdono.
Aída:             Ya ingresaste a la casa, cerraste con llave arriba y abajo, también con pasador ¡Toc! Ahora estás en el pasillo que une el living con la cocina. Vos sabés que ellas siempre están en el sector de la mesada, aunque a veces las encontrás por otros lados de la casa. Se te ocurre que puede ser la basura, entonces corrés hasta el tacho de la cocina pero está vacío, tuviste la precaución de sacar la bolsa anoche después de cenar, lo recordás claramente porque te encontraste con Antonio  que dejaba la basura en el canasto de su casa antes de irse a trabajar -Buenas noches-  te dijo.
Antonio:       Buenas noches Aída.
Aída:              Buenas noches Antonio.
Se escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída:           ¡Huy que susto! Ya empezamos con el baile de los cohetes - Él te sonríe vestido de guardia de seguridad, te hace acordar a Anthony Quinn, Antonio tiene la mirada triste como Anthony, te acordás de alguna película que viste, Anthony Quinn con el cuerpo fatigado vestido de soldado …
Se escucha la música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja a una melodía navideña. Como si saliese de un televisor.
Aída y Antonio se miran y sonríen.
La música se corta.
… vos girás rápidamente para volver a entrar a tu casa y que Anthony no vea que vos también sonreís  y descubrís de pronto, por sorpresa, la sonrisa de Ramón, que está llegando de trabajar con cara de cansado y la ropa blanca transpirada. Ramón se percata de que vos le sonreías a Antonio, esto te da mucha vergüenza, él te saluda.
Ramón:         Buenas noches Aída, ¿Cómo estás?
Aída:              Buenas noches- le respondés- Todo bien por suerte.
Se escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída:              ¡Huy que susto!
Ramón:         Gracias por los antibióticos ¿El insecticida sirvió?
Aída:              Sí muchas gracias,
Ramón:         ¿Seguro que sirvió? Yo veo cada vez más moscas azules. Se reproducen por minutos, eso quiere decir que están poniendo huevos y ese tipo de moscas solo pueden poner huevos en…
Aída:          Voy entrando porque esas explosiones me alteran- le decís mintiéndole y corrés hacia la puerta de tu casa, dejando la mirada de Ramón enfrentada con la de Antonio, cerrás con llave arriba y abajo, también con pasador ¡toc!
Antonio:       Buenas noches Ramón ¿Cómo andás?
Ramón:        Buenas noches Antonio ¡Qué suerte que no hace calor! Es una noche fresca.
Antonio:       Sí, es lo mejor, se trabaja más cómodo con el fresco.
Ramón:         ¿Cómo está tu mamá?
Antonio:       Bien, ya cenó y está durmiendo. Te encargo ¿Si escuchás algo raro me llamás? Yo vuelvo a las siete de la mañana como siempre.
Ramón:         No te preocupés, cualquier cosa te llamo, aunque desde mi casa no voy a escuchar mucho, Aída está más cerca de tu casa y con el sueño liviano que tiene…
Antonio:       No la quiero molestar, no la veo muy bien. Debe tener bastante con su mamá.
Ramón:         Tenés razón, no hay que molestarla.
Antonio:       ¿Cómo vas con la tuya?
Ramón:       Bien, digamos, hoy después de comer la dejé durmiendo, se debe estar por despertar, la pastilla que le doy en el almuerzo la relaja por varias horas, por eso me voy tranquilo, llego justo para darle la cena. Estoy dolorido y cansado, todavía me molesta la muela que me sacaron, el agujero ya no sangra pero me duele. Estoy molido, no paré de fumigar en toda la tarde, el calor trae las plagas y los teléfonos no pararon de sonar: moscas, mosquitos, cucarachas, ratas, murciélagos, hormigas, de todo.
Antonio:       Tenés ronchas en el cuello, a lo mejor te hizo mal algún insecticida…
Ramón:      Las tengo hace varios días, no se che… ¿serán las hormigas de mi casa que me picaron de noche? No las puedo combatir, también tengo moscas azuladas. Como dice el dicho: “En casa de herrero cuchillo de palo”
Antonio:  Son ronchas, no picaduras ¿Estás tomando alguna medicación por la extracción de la muela?
Ramón:         Unos antibióticos y calmantes que me dio Aída.
Antonio:     Es eso entonces, es una reacción alérgica. Bañáte con agua fría y ponéte té de manzanilla después.
Ramón:      Bueno dale, lo hago más tarde, mi vieja se debe haber despertado, ni tiempo para ducharme me queda, le tengo que dar la cena para que pueda tomar los remedios.
Antonio:       No deberías darle tanto, a lo mejor le hace mal.
Ramón:     El médico le recetó el relajante, es la única forma que tengo para ir a laburar, duerme toda la tarde hasta que llego y de noche cuando yo tengo que descansar, ella está despierta mirando el techo.
Antonio:    Mi mamá no toma nada, está todo el día con los ojos abiertos mirando la ventana. No emite palabra, solo pestañea. Se duerme a la noche después de cenar antes de que yo me vaya a trabajar, como si supiera, para que me quede tranquilo…
Ramón:      En fin, buenas noches Antonio, que tengas buena jornada.
Antonio:       Buenas noches Ramón, que descanses.
Se escuchan zumbidos de moscas.
Aída:         Antonio te regala tomates y plantas de espinaca de su huerta. Ramón te provee de distintos insecticidas, fungicidas, herbicidas, para que vos enfrentés tus plagas. Vos  les das muestras gratis de antibióticos, analgésicos, antinflamatorios y calmantes que te obsequian los médicos y los visitadores en el sanatorio.  Siempre se juntaron en las navidades y años nuevos, como buenos vecinos. Me parece que en estas fiestas, no vas a tener ganas, Aída.
Hace mucho que no ves a la mamá de Ramón, a la de Antonio tampoco pero por lo menos lo escuchás desde la medianera cuando él le habla, nadie responde, pero él le habla.
(Pausa)
Se escuchan zumbidos de moscas. Aída da manotazos al aire.
Ramón está saliendo para el trabajo, insulta otra vez, como ayer. Porque le cuesta abrir  la puerta de la reja, vos está parada en el porche y te metés rápido a tu casa para que no te hable, para que no te pregunte nada… sos una cobarde ¡Qué fresco está el living, a esta hora de la siesta no le pega el sol todavía! Estás encandilada, no ves demasiado pero escuchás  el televisor  prendido, nunca más lo apagaste, lo dejás de fondo para que tape el zumbido de ellas. Escuchás una voz de documental que habla sobre los esquimales, las palabras se te meten por los oídos y se hacen tuyas:
…Los ancianos se encuentran en una situación complicada. Los niños, aunque no lleven alimento a casa, lo llevarán en el futuro. Los ancianos han dejado atrás esta posibilidad, sin embargo demandan alimentos. Culturalmente ellos son conscientes de lo valioso que resulta su parte de alimento para la supervivencia del resto de la familia, sobre todo en épocas de escasez. Tanto es así que, llegado el momento, se despiden de su grupo familiar, y se alejan en la nieve, se dejan ir, se dejan morir…
Aída llora.
Corrés hacia la cocina, te abalanzás  sobre el tacho de basura pero está vacío, sacaste la basura anoche, recordás, porque te encontraste con Antonio  que dejaba la basura en el canasto de su casa antes de irse a trabajar …Comienzan los zumbidos en tus oídos, luego son murmullos, vienen del living y sabés que la pesadilla recién empieza, hoy están ahí, otras veces las ves por el baño, en tu cuarto, en el comedor diario, el cuarto de tu mamá está bien cerrado, tapaste hasta el hueco de la cerradura para que no entren ahí.  En el televisor comienza la película con Anthony Quinn haciendo de esquimal, escuchás la música y el sonido del oso polar que nada en el agua…tratás de olvidarlas pero ellas te persiguen a vos, andan por los lugares de la casa por los que te movés. El oso grita cuando los esquimales le clavan un arpón para cazarlo, ese chillido te perfora los oídos. Cerrás la puerta del pasillo que une el living con la cocina, pero igual sabés que es en vano, no te van a dejar en paz nunca, presentís. Clavás tus uñas en el granito de la mesada y mirás la pileta de la cocina de loza blanca, sacás la tapa y pegas tu oreja al agujero para constatar que no haya ninguna por la cañería, abrís la canilla de agua fría para que el agua corra por tu cabeza, sacás el shampoo  del cajón de los cubiertos que tenés para estas emergencias y hacés espuma con tu pelo, refregando, refregando, refregando… hasta que arde. Hay veces que tardan en irse del baño de arriba, así que usás el bañito de cortesía de la planta baja y te lavás en la cocina. Tenés una toalla blanca en el cajón de los repasadores, te la colocás en la cabeza como un turbante. Salís al patio y la música de los títulos de la película acompañan el momento, es una música ancestral… el calor que sube del pasto, no evita que te sientas sola en un desierto de nieve, como si estuvieses en el polo norte. Avanzás tomándote de la medianera izquierda y dejando caer  la ropa por el camino: zapatos, cinto, pollera, blusa van quedando detrás tuyo marcando el camino para que puedas volver. Caminás con lo ojos cerrados deseando que cuando levantes los párpados te espere Anthony Quinn vestido de esquimal en el fondo del patio y te levante en brazos… pero no, cuando abrís los ojos, no hay nadie.  Apoyás la frente en el ángulo que forman las dos paredes y llorás… llorás un rato largo porque sabés que tu mamá no te va a escuchar desde su habitación.
(Pausa)
Antonio:                   ¡Mirá que espinacas salieron este verano! ¿Las llegás a ver desde ahí? Calculo que si me pongo en punta de pie con la planta de espinaca sobre mi cabeza y estiro bien los brazos hacia arriba, el ángulo de visión desde la cabecera de tu cama permite que veas lo verde que están este verano. Voy a cocinar temprano, una tarta para la cena, así me llevo unas porciones al trabajo. Sí, tengo que prender el horno, no se puede hacer una tarta sin prender el horno. Los tomates están pesados, caídos contra la tierra pero están verdes, no los puedo cortar, ¿entendés? Si querés una ensalada, voy a tener que comprar.
Aída llora.
Antonio habla con más volumen.
Le voy a llevar algunas plantas de espinaca a Aída, ya debe haber vuelto del trabajo, seguro que ella también va a cocinar una tarta, están muy tiernas, se pueden comer también crudas, en ensalada
Se escuchan zumbidos de moscas, Antonio y Aída se palmean las orejas.
¿Me estás  escuchando? ¿Mamá? ¿Mamá? ¿Mamá?
Antonio corre.
Aída corre.
(Pausa)
Ramón:     Bueno otra día más de trabajo que se termina… ¡Qué mugrienta que tengo la ropa! por suerte es viernes… ¿Cómo se les ocurrió ponernos uniformes blancos? Con la primera fumigación, quedamos roñosos.   Esta cerradura de mierda ¡cómo la odio!  No la voy a cambiar, hasta que no pasen las lluvias, no la pienso cambiar. Aída no prendió la luz del porche ¡Qué raro! ¿Se habrá olvidado?
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
                        ¡Pero la puta madre! ¡Cómo joden con esos cohetes!
(Pausa)
La oscuridad se ilumina por un momento con la explosión de la bengala y alcanzo a ver a Aída, me voy acercando despacio, escucho un sollozo. Ella está sentada en el banco junto a la puerta de su casa que permanece abierta. Tiene una toalla blanca en la cabeza y unas plantas de espinaca en sus manos. Las lágrimas que caen de sus mejillas brillan en la oscuridad. De adentro sale la luz del televisor y se escucha una voz de documental a todo volumen. La mamá de Aída debe estar mirando la tele, pienso.  Le hablo:
Buenas noches ¿Aída estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?
Aída:              Ya no sé qué hacer Ramón, están por todos lados.
Ramón:        Son las moscas de verano, ya llegaron a mi casa, además de las hormigas, ahora tengo tus moscas. Son azules, este verano son azules. Revisaste el patio ¿No tendrás algún gato muerto?
Aída llora.
No llorés. Debés tener problemas con el pozo negro. Me parece que vamos a tener que conectarnos a la cloaca, clausurar los pozos de una buena vez y olvidarnos del tema.
                     Tranquilizáte, hoy es viernes, mañana o pasado te puedo ayudar a fumigar si querés. Pero hay que desalojar la casa de personas y animales por un día, porque son unas bombas de humo que matan todo. Acá las tengo, las traje para mi casa, por las hormigas, pero te las doy a vos, hay una para cada ambiente. Tomá.
Aída:              No, dejá Ramón, son para tu casa.
Ramón:       Pero no mujer, yo traigo el lunes, puedo esperar. Además tengo que ver como la saco a mi vieja de la cama. Tomá, agarrá.
Que fuerte está el volumen, tu vieja está cada día más sorda.
Aída asiente.
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ambos se asustan.
Aída:             Esas explosiones me ponen los pelos de punta.
Ramón:         Son una mierda los cohetes, yo no sé por qué a la gente le encanta quemar la plata. ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá acá afuera?
Aída niega.
Aída y ramón son iluminados por la luz de los fuegos artificiales.
Antonio:     Que susto que me diste hoy, pensé que habías partido. Me parece que vamos a compartir otra navidad, por suerte. Comiste toda la tarta de espinaca, me parece muy bien. Todavía sigue el documental, ya va terminar, escuchaste esa parte que dice que los esquimales, mejor dicho los inuit no le temen a la muerte porque creen que los muertos se reencarnan en los hijos, como que tienen a sus antepasados en sus hijos.  Ya te dormiste… aprovecho para irme, dejo el televisor muy bajito, la ventana abierta para que entre la brisa fresca, el arbolito de navidad que prende y apaga en tu cómoda y el espiral para ayuntar los mosquitos y las moscas que andan molestando. Vas a estar cómoda.
(Pausa)
Te beso en la frente y salgo, me vuelvo y te miro de nuevo. Salgo.
Llevo la bolsa de basura para dejarla en el canasto. Por suerte es viernes, último día de trabajo. Veo a Ramón y Aída que charlan, saludo-
Buenas noches-
Aída:              Buenas noches Antonio, último día de la semana por suerte.
Ramón:         Buenas noches. Vamos a tener que fumigar, hay moscas por todos lados, para colmo son azules.
Antonio:       Sí, en mi casa también hay. Pero no quiero fumigar… ¿Cómo hago con mi mamá?
Ramón:       Nos tenemos que organizar, a los tres nos pasa lo mismo. Salen de la casa de Aída. Si atacamos ahí me parece que queda resuelto. Debe ser el pozo negro.
Antonio:      ¿Estás viendo el documental sobre los inuit? ¡Qué fuerte que está el volumen…!
Aída:              ¿Sobre qué?
Antonio:       Los esquimales…
Ramón:        Su mamá está mirando, está medio sorda, la mía escucha hasta cuando me doy vuelta en la cama.
Aída:              ¡Qué lindo debe ser vivir en el polo norte!
Ramón:         ¿Cerca de papá Noel?
Ramón y Antonio se ríen.
Aída:              No hace calor como acá, no debe haber moscas…
Antonio:       Esa es la música final. Lo vi esta tarde.
Aída:           Yo también. Lo vi varias veces en estos últimos días… lo repiten y después viene la película de Anthony Quinn… en la que hace de esquimal.
Ramón:      Te acordás Antonio que siempre te decíamos que eras parecido a Anthony Quinn ¡Cómo te enojabas!
Aída:            Encima con ese uniforme estás igual que Anthony, en las películas que hizo de soldado.
Ramón y Aída se ríen. Antonio se fastidia.
Ramón:         Bueno che ¿Dónde está el espíritu navideño?
Antonio:      ¿Qué vamos a hacer este año? Tengo una caja navideña que me dieron en le empresa, si nos juntamos no compren nada dulce.
Ramón:         A mí me da igual.
Aída:           A los esquimales no les importa la navidad. Me gustaría que diciembre pase rápido.
Antonio:      Lo que a ustedes les parezca, por mí todo bien, mi mamá ni se da cuenta, o al menos no puede decirlo.
Aída:              La mía tampoco…
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón:         Pero la puta madre, como joden con eso.
Antonio:       La querría saludar, pero se me pasa el colectivo y voy a llegar tarde, otro día ¡Hasta mañana!
Aída y Ramón saludan.
(Pausa)
Se escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón:         Y dale…
Aída:           Los esquimales viejos no pueden cazar, no pueden aportar alimentos a la familia, entonces, por propia voluntad, abandonan a su grupo y se alejan para morir adentrándose en la nieve, se dejan morir y así liberan a su familia de la carga que significa tener que alimentarlos y cuidarlos. Lo escuché en el documental que acaba de terminar.
Ramón:         ¿Eso dice? Mirá vos…casualmente  anoche encontré  un cuento en una de las revistas que compra mi vieja, esas revistas de colección, desde que lo leí no paro de pensar, hasta sueño con los lobos. La historia cuenta sobre una tribu que abandona a los viejos en la nieve cuando tienen irse a otro lugar siguiendo a los animales que se alejan del frío. Van detrás de los animales que pueden cazar para alimentarse y no pueden llevar a los viejos de acá para allá.
Aída:           Nosotros no lo podemos entender… esas costumbres digo ¿Cómo hacen los esquimales viejos que no pueden caminar?  Los que tienen la voluntad de abandonar a su familia pero no pueden alejarse solos ¿La familia los abandona? Eso ya es otra cosa…
Ramón:         En el cuento, el jefe de la tribu se da cuenta que lo van a dejar, como él hizo con su padre y este con su abuelo. El viejo está ciego, solo puede escuchar. Cuando su hijo vuelve para despedirse por última vez, él le dice que es la ley de la carne, que la naturaleza no es bondadosa con la carne.
El anciano se acuerda de algo que vio en su juventud, una jauría de lobos atacaba  a un viejo alce que había sido rezagado de su rebaño. Sabe que ese es también su destino. Al final siente un hocico húmedo en la mejilla, una manada de lobos lo rodea esperando que la fogata se apague para devorarlo. La ley de la vida se llama el cuento, de Jack London.
(Pausa)
Aída:       ¿Y nosotros Ramón? ¿Cuándo vivimos?  ¿Cuándo nos ocupamos de nosotros?
Ramón:         ¿Quién se va a ocupar de nosotros?
Aída:         Nos pasamos la vida poniendo las cosas en su lugar. Ordenando todo.
Ramón:      Fumigando todo. La casa protegida por todos los costados de las amenazas….pero las plagas nos siguen persiguiendo.  
Aída:            Me encantaría estar sola pero no me quiero quedar sola.
Ramón:    Me gustaría volver el tiempo atrás. A lo mejor si me hubiese ido antes. Yo siempre digo, a nosotros tres nos van a sacar con los pies para delante de nuestras casas.
Aída se impresiona.
Ramón:         Disculpá, es un dicho.
Aída:              Es lo que tenemos. La casa llena de recuerdos.
(Pausa)
Ramón:      ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá a tomar el fresco?
Aída niega con la cabeza.
Aída:              Ya se durmió.
Ramón:         La mía me debe estar esperando, ya es hora de su cena. Cualquier cosa que necesités avisáme.
Aída:              Gracias Ramón, sos muy bueno. Que descanses.
Se escucha la explosión de varios fuegos artificiales, de a poco van desapareciendo.
Se escucha la música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja a una melodía navideña, como si saliera de un televisor.
Aída se quita la toalla blanca de la cabeza y mira el cielo. Ramón se le acerca y se toman de las manos, luego se abrazan y finalmente se besan. Ramón la toma en brazos y la deja en la puerta de su casa.
 (Pausa)
Antonio:      Vuelvo a mi casa con la urgencia de siempre, no quiero demorarme. Muy pocos pasajeros viajan a esta hora, algunos me miran porque parezco un loco hablando solo. Establezco un diálogo con vos a la distancia, para que te quedés tranquila y esperés a que yo llegue.   Ya está aclarando, por suerte ya es sábado, hasta el lunes a la noche no me toca. Estoy pensando que hoy te voy a bajar de la habitación para sentarte debajo del árbol del fondo, da buena sombra,  así ves la huerta de cerca, todo crece cada vez mejor.  No sabés las ganas que tengo de escucharte, de que me digas algo, oír un cuento de tu boca, casi no recuerdo tu voz. Fuimos cambiando, vos ya nos sos esa mujer que recuerdo mirar desde abajo y yo ya no soy tu hijo chiquito,   nos fuimos acostumbrando a nosotros mismos. Miro las fotos y ahí te recupero, pero la voz no la puedo recordar. Cierro los ojos y escucho tus palabras, tus tonos, tus matices por segundos, el ruido del colectivo se aleja por un instante.
(Pausa)
                    Abro los ojos con el grito del chofer, me dormité. Me grita para que me baje, ya me conoce, sabe dónde me bajo. Las piernas apenas me responden, me duelen las rodillas, mi cuerpo ya no puede trabajar de noche, se cansa más.  
                   Camino por el barrio desierto, algunos chicos llegan de los boliches a sus casas y gritan cosas por la calle, tiran cohetes y se ríen…el frenesí de la juventud, el entusiasmo navideño, pienso. Me queda una cuadra que parece eterna, ganas de llegar y sacarme los zapatos, subo la vista hacia las copas de los árboles de nuestra cuadra y veo un humo gris, raro, estimo que sale de casa, acelero el paso pensando en todas las posibilidades: un cortocircuito, el arbolito de navidad de tu cómoda,  quedó una hornalla prendida y se prendió fuego la cortina de la cocina, algo cayó sobre el espiral que dejé prendido en tu habitación, una cañita voladora entró por la ventana. Me desespero, empiezo a correr, el corazón me golpea el pecho, me duele la boca, tengo la garganta seca, no puedo pedir ayuda, solo corro y la energía me desborda así que me caigo y me rompo las rodillas, me levanto y sigo, la sangre se pega al pantalón roto de mi uniforme. Llego a mitad de cuadra y veo que el humo sale de la casa de Aída, por la ventana de la planta alta, la habitación de su madre, un enjambre de moscas azules se aleja como una nube de humo negro. Salto la verja de madera, intento derribar la puerta pero no puedo. Ahí recién me sale la voz ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Socorro!
Ramón:     Salto de la cama por los gritos de la calle que me nombran: ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Ramón!
Antonio:       ¡Aída! ¡Aída! ¡Aída!
Ramón:         Reconozco la voz de Antonio, salto de la cama así como estoy, en calzoncillos, mi vieja grita desde su habitación: ¿Qué pasa Ramón? Bajo la escalera corriendo. Abro la puerta y el manojo de llaves se me cae de las manos.  Salto la verja de un envión y caigo al jardín de Aída, me da una puntada en el agujero de la muela ¡Antonio grita!
Antonio:       ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!
Ramón:         ¡No es fuego! ¡Son las bombas de fumigación!- Tiramos la puerta abajo y encontramos a Aída acostada en el pasillo del living, no la puedo sacar, está muy pesada, no puedo solo. Me ayuda Antonio. Sacamos a Aída con las piernas para adelante. Le da el aire y reacciona llorando apretando el cuello de Antonio con un brazo y mi cuello con el otro
¿Qué hiciste? ¡Te dije que hay que desalojar personas y mascotas por veinticuatro horas!
Antonio:       ¡Aída, soltáme! ¡Soltáme! ¡Hay que sacar a tu mamá!
Aída:              ¡Mi mamá está muerta! ¡Muerta!
(Silencio)
Aída llora     
                  ¡Hace quince días que está muerta! Al principio parecía que dormía, por momentos hablaba, estoy casi segura, escuchaba su voz desde su habitación, incluso con el televisor del living a todo volumen. Un día bostezó con los ojos cerrados y me quedé tranquila. Al principio dudé porque yo llevaba la bandeja con la comida a su habitación y cuando la retiraba solo quedaban restos. Pero las moscas empezaron a aparecer, ya no podía evitar la verdad. Intenté combatirlas por todos los medios pero no hubo caso, se extendieron por toda la casa. Mi mamá no está, estoy sola de verdad ¿A quién voy a cuidar? ¿¡Qué voy a hacer ahora!?

martes, 30 de junio de 2015

Mariposa de pies descalzos














Mariposa de pies descalzos
De Luis Quinteros


Obra ganadora del certamen de dramaturgia “Nuestro Teatro” organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina.
Jurados: Lautaro Vilo, Virginia Innocenti, Cristina Merelli, Andres Bazzalo y Roberto Perinelli. Estrenada en el Ciclo homenaje a Teatro Abierto.
Estrenada en Teatro El Picadero, con dirección de Laura Yusem
y actuación de Ingrid Pelicori. Mayo de 2014.
Reposición: junio de 2015. Teatro Patio de actores. Buenos Aires.




Obra ganadora del 1° premio en la región Centro-Litoral.
16º Concurso Nacional de Obras de Teatro -Dramaturgia Regional- del Instituto Nacional del Teatro.
El Jurado estuvo integrado por José Luis Valenzuela, Juan Cruz Sarmiento y Jorge Accame.
Edición en proceso.

Obra elegida como Mejor obra para adultos en los Premios Argentores a la mejor producción autoral del año 2014.
Jurado: Luis Saez, Martín Bianchedi, Ana Alvarado, Cecilia Hopkins y Mecha Fernández.
Edición en proceso.





A todos los actores y técnicos que me han acompañado hasta acá en el camino de la construcción teatral. A Ecléctica Teatro, agrupación con nombre de mujer que siempre me reconfigura. 

Inés
La circularidad del pasillo guía el recorrido hacia los palcos, mi cuerpo conoce de memoria la curva que debe seguir hasta el palco número veintiuno, el segundo del ala derecha, es uno de los que no se venden, por el ángulo de visión. Los palcos superiores uno y dos en el ala izquierda, así como el veintiuno y veintidós del ala derecha, se usan para los amigos de los bailarines, para los conocidos de los figurantes, para la familia de los acomodadores. Yo no invito a nadie, familia no me queda, no tengo amigos a los que puedan interesarles conciertos, óperas o ballets.
Mi lugar especial, así le digo al pasillo curvo del ala derecha, el contorno de la sala principal, la periferia bordeaux, acolchada, blanda que recorro  cada día de función, en una intimidad casi infantil… Podría andar con los ojos cerrados o con las luces apagadas… Una especialista en moverme a oscuras y en silencio, eso soy. La alfombra esponjosa cubre el territorio por donde me muevo cada noche, cada velada. Ocasiones únicas. Dos semanas de ópera…

…porque en esta ciudad se acaba el público, no es como en las grandes capitales donde la gente abunda…
…eso le escuché decir el otro día a un violinista. Dos temporadas de ballet, una en la primera mitad del año y otra en la segunda. La  orquesta sinfónica y el coro polifónico tienen presentaciones únicas, ¿esporádicas, se dice? cada tanto, a veces, de vez en cuando.
¡Qué lástima! Pienso, tanto trabajo, tanto ensayo. Los músicos, los bailarines, los cantantes son empleados, igual que yo, cobran sueldo, pero tanto preparativo para tan pocos días… Como los grandes momentos que una espera vivir, se nos pasa la vida esperándolos y cuando llegan… una se queda así como si nada, dura, como diciendo, ¿ah era esto? ¿No se supone que era más?
¡Qué lástima! Pienso, una sala tan linda, tan grande. Un director  famoso, que no voy a decir el nombre, porque no puedo. Soy una especialista en guardar secretos y también en custodiar objetos perdidos. Este señor, dijo algo así como que; bueno, él está acostumbrado a viajar, trabaja en La Capital, conoce grandes teatros del mundo… dijo:

Este teatro tiene una de las mejores acústicas de la región, comparable con los mejores de Europa. Este teatro del interior es uno de los mejores de Latinoamérica, es una reproducción a pequeña escala del teatro más grande de Buenos Aires.

A mí me emociona escuchar eso, perdón, voy a llorar… Lo que pasa es que estoy indispuesta, hace quince días que sangro, la ginecóloga dice que es parte de los síntomas previos.

(Silencio)

En estas ocasiones únicas siempre deseo desde lo más profundo de mi corazón que el teatro esté lleno, no solamente en los estrenos, sino en todas las presentaciones de “La semana especial”.
Cada  día que llego necesito confirmarlo, acercarme a la ventanilla y preguntarle a Vicente, el empleado de la boletería ¿cómo estamos para hoy?... seriamente lo hago, con preocupación. Es emocionante llegar y no tener que preguntar nada porque está puesto el cartelito de “localidades agotadas”.
María Rosa, mi única amiga del teatro, la que me enseñó el oficio,  me dice:
¡Qué te calentás, vos! si nosotros cobramos el sueldo igual, si se llena de gente es peor, más trabajo, los pies nos van a reventar de tanto ir y venir acomodando estúpidos que ni un billete te tiran, únicamente unas monedas miserables… con suerte. Para mí que en el Colón no pasa esto, en ningún teatro del mundo se deja sin propina a los acomodadores.

Yo no opino lo mismo, me gusta mi trabajo, es una ceremonia entrar por la puerta principal, el gran acceso del público, aunque después tenga que cruzar todo por adentro para marcar tarjeta. Me gusta bajar del colectivo, cruzar impaciente la avenida Vélez Sarsfield… no voy hasta la esquina como debería para usar la senda peatonal, sino que lo hago por el medio de la calle.
Cada tarde de mi vida me enfrento con el gran edificio… ¿Parece una iglesia no?... Yo no soy creyente, pero cada vez que esas columnas me miran del otro lado de la avenida tengo como una revelación. Pienso en los edificios que están desde siempre, como las iglesias y los conventos de nuestra ciudad. Aquí estaba este teatro cuando las calles eran de tierra durante el siglo pasado, desfilaron frente a su puerta todas las manifestaciones, las luchas, los reclamos, el humo negro del Cordobazo acarició sus paredes, muchas gotas de sangre mancharon los escalones de mármol blanco de la entrada. Este enorme edificio estaba cuando el centro se inundaba por la lluvia, antes de que La Cañada encauce el río Suquía.  Justo arriba de la entrada, la escultura traída de Europa para la inauguración del teatro en mil ochocientos noventa y uno me recibe; pasaron más de cien años y allí están las tres figuras,  la del medio me mira desde las alturas con los brazos abiertos, en su mano derecha una antorcha y en su mano izquierda una corona de laureles “bienvenida” parece que dijera y las otras dos a los costados acompañan el recibimiento tocando sus instrumentos, la de la izquierda mira hacia el centro de la ciudad y toca la lira y la de la derecha mira hacia el shopping que está pegado al teatro y tiene una trompeta o algo parecido. Podría jurar, asegurarles que suena, esa trompeta o corneta cuando cruzo la calle corriendo, suena.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis  escalones subo, llego al descanso, giro lentamente mi cabeza hacia la izquierda y veo el cartel en la boletería “localidades agotadas”. Me sube como una convulsión desde el estómago, se me hace un nudo en la garganta y tengo ganas de llorar, mi cuerpo empieza a temblar desde los talones, pantorrillas, rodillas, muslos, estómago, pecho, brazos, manos y mejillas… ganas de saltar  tengo, volver a la calle y frenar el tráfico y gritarles “localidades agotadas”… Me paralizo, me da un sofocón, toda esa excitación se incendia, ardo,  me viene un calor de golpe en la parte de arriba de todo mi cuerpo. Recuerdo que es otro de los síntomas. Vicente desde la boletería grita:

¿Estás bien Inés?  ¿Querés que llame a tu jefe? Estás muy colorada Inés, tenés la cara roja ¿Qué son esas manchas en el cuello? ¿Te sentís bien? Me estas asustando ¿Te acerco un vaso de agua? Inés, Inés…Inés.

Escucho mi nombre sin poder entender del todo. Levanto el brazo izquierdo para que Vicente deje de gritar, después me calmo, respiro, me recompongo y entro al teatro. Antes de atravesar  el hall principal dejo caer la cartera, el calor de mi cuerpo no baja del todo, lo voy soportando de a poco, me desanimo, decaigo. En general a esa hora no hay nadie porque todos mis compañeros entran por la otra puerta, la del costado, por la calle menor. Me saco los zapatos sin agacharme y los dejo caer, luego camino por el piso helado, subo los cuatro escalones blancos de mármol anteriores al descanso del acceso principal a la platea. Cuando voy subiendo la escalera, mi cabeza gira hacia la derecha y no me veo reflejada en el  espejo dorado, dudo de mi existencia, no estoy segura de que ese momento sea real. Cuando mi frente se apoya  en la columna izquierda de la arcada anterior al descanso y siento el frío del mármol, confirmo que sí es de verdad todo lo que está pasando. Termina de bajar la temperatura, me doy cuenta que me hice pis ¿Podrá ser un síntoma? me pregunto. Caen lágrimas calientes, otra señal de que estoy viva. De a poco dejo de abrazar la columna. A pesar de sentirme sucia, me repongo, me acomodo, respiro, miro un lado y otro del hall, no hay nadie… en realidad sí, siento algunas miradas pero esas no tienen voz… escucho algunos murmullos, camino hacia atrás volviendo sobre mis pasos, estoy algo desconcertada, me doy cuenta. Conozco cada centímetro del teatro, un detalle que esté fuera de lugar me pone alerta, avanzo de espaldas para tener una vista panorámica y ¡crac!  Mi cola choca contra los barrotes dorados de la puerta cancel abriéndola apenas. El ruido de la calle entra de repente, un bocinazo me perfora los tímpanos y caigo al suelo. Todos mis sentidos se agudizan: el olor de las baldosas, el chillido punzante del vaivén de la puerta que me aturde hasta detenerse, los murmullos de las voces que más de cien años pisaron ese hall, el frío que recibe mi oreja izquierda del piso, mi respiración agitada y el corazón que golpea contra mi pecho por dentro doliéndome hasta la garganta en cada palpitación. Estoy toda mojada de transpiración y de pis, tiemblo por los escalofríos… recuerdo que es otro de los síntomas.  Con la visión invertida alcanzo a ver una caja de cartón asomada detrás de la columna derecha, sobre el descanso anterior de acceso a la platea, eso es lo que desencaja, me doy cuenta. Luego me incorporo y sentada en el piso me aseguro de estar viendo bien y que esa caja no sea inventada por los síntomas. Está ahí, no hay dudas, me digo entre susurros… me pongo de pie, ya no estoy mareada pero siento una rareza en la cabeza, me acomodo el pelo húmedo de transpiración, me coloco los zapatos que están tirados en el piso y tomo mi cartera, miro de un lado a otro asegurándome de que no haya nadie, el sonido de mis pasos retumban en el ambiente… uno, dos, tres, cuatro escalones antes del descanso… vuelvo a mirar para todos lados y me detengo en la caja, espío adentro y veo los programas de mano, tomo uno con delicadeza, el pulso me tiembla a medida que lo voy subiendo hasta la altura de mis ojos, la cantante japonesa de la foto me mira, mi rostro emocionado se refleja sobre el brillo del papel, no me reconozco. 

(Silencio)

En el programa de cada opera está todo detallado, el elenco, el director, los músicos, las autoridades oficiales de turno y demás… lo que más me gusta es leer la historia de cada parte de la obra, acto uno, acto dos, acto tres… el argumento se dice, me explicó un empleado de la oficina de prensa. Con María Rosa siempre leemos los resúmenes, somos especialistas en contar el cuento de cada ópera o ballet, de explicar de qué se trata lo que se va a ver en el escenario. También se nos pegan las canciones y jugamos a cantarlas en nuestro lugar de descanso, sin que nadie nos escuche. 

(Silencio)

Ese día me quedé paralizada, el impacto fue como un cachetazo, yo sabía que esa ópera iba a estrenarse esa noche, sabía lo que significaba para mí, hice un recorrido rápido en mi memoria rebobinando hacia atrás y me di cuenta que todos los momentos importantes de mi vida fueron acompañados por alguna versión de esta ópera, con cada estreno del pasado yo atravesé una situación especial en mi vida. Acontecimientos insignificantes para el resto del mundo ¿A quién puede interesarle los detalles de la vida de una acomodadora de teatro?
Lo que me impresionó fue ver una Butterfly envejecida, se supone que es una chica de quince años, pero en esta versión no. No reconocí en la foto al personaje, tampoco me reconocí a mí misma en el rostro reflejado.

(Silencio)

Voy a tratar de recordar lo que leí, algo así. Primer acto: Un oficial de la armada estadounidense llamado  Pinkerton, o algo parecido, alquila una casa sobre una colina en Nagasaki, Japón, para él y su novia, una chica de quince años cuyo apodo es Butterfly…  significa mariposa en inglés… El oficial consigue un matrimonio arreglado para llevar adelante una aventura amorosa, pero para Butterfly, casi una niña japonesa, el casamiento es de por vida. Él pretende, en secreto, divorciarse de ella una vez que encuentre una esposa estadounidense adecuada.  Butterfly está tan enamorada que renuncia a sus creencias y se convierte al cristianismo. Por este motivo es maldecida por su familia.
La primera vez que vi Butterfly fue el día que empecé a trabajar en este teatro. Era muy joven, una linda morocha cordobesa. No sé qué pasó con aquella  Inés.
Las óperas se repiten. Cada tanto se hace una nueva versión y no es que el público cambia tan rápido. Las caras son las mismas que van envejeciendo de una temporada a otra. Algún que otro joven que se suma a los que vienen todos los años. Algunos no vuelven más, como si se decepcionaran.
Esa primera vez, aquella Inés entendió a Butterfly de una manera que no se volvió a repetir…

(Silencio)

Las mariposas no nacen volando, van cambiando… primero salen de huevos como larvas, una mariposa pone cientos de huevos luego de ser fecundada. De esos huevos salen orugas que se alimentan de plantas. En un momento de su desarrollo, la oruga se protege en un lugar resguardado y allí se transforma en crisálida. En este estado no se alimenta, y sufre grandes cambios. Es como cuando la mujer se desarrolla, primero crecés en altura, todo el cuerpo se estira, queda desproporcionado, los dedos largos, los antebrazos torpes, las piernas demasiado flacas para sostener tu estatura. Después los pechos te crecen y con el primer sangrado no sabés bien qué sos. De alguna manera también te resguardas para terminar de transformarte. Yo tenía uno de esos diccionarios enciclopédicos y busqué mariposas cuando supe que Butterfly significaba eso.  Metamorfosis, así se llama el cambio que tiene la oruga luego de ser crisálida. La mariposa adulta sale rompiendo el esqueleto externo de la crisálida, como recién parida.
(Silencio)
Me sentía húmeda de transpiración y de pis. El programa colgaba de los dedos de mi mano derecha que miraba desde arriba. Empezó  a ponerse colorada, las venas se hincharon de sangre  y pensé ¡cómo se notan los años que una tiene en las manos! Por más que intente mejorarlas con cremas y adornos, por más que las cuide obsesivamente, la sequedad se nota, las manchas de la piel se multiplican, primero un grano que revienta con el tiempo, luego una mancha rosada, luego una peca marrón que se va oscureciendo, finalmente una protuberancia oscura sobre la mano flaca que perdió la gracia.
Después de leer el resumen del primer acto parada en el descanso del acceso a la platea. ¡Zas! las cortinas de terciopelo se abrieron sorpresivamente como si alguien me hubiese estado espiando y la música del primer acto sonó estruendosamente desde el foso. Fue como la corriente de un río cuando viene crecido. Los músicos probaban las partituras bajo la batuta del director musical. Los cantantes ensayaban movimientos, los técnicos ajustaban los cambios de luces. Yo corrí avergonzada apretando el programa con mi mano derecha, llegué al vestuario donde nos cambiamos, donde dejamos nuestras cosas,  tiré mi cartera y el programa aplastado sobre la mesita del mate. Me escondí en el baño pensando que me vieron.

(Silencio)

Escucho la voz de María Rosa que grita como siempre, yo sentada en el inodoro un largo rato, apoyada contra la pared, cansada, cada tanto miro por entre mis piernas el líquido rojo dentro del inodoro. Los gritos de María Rosa me aturden:

Vos siempre igual nena, no fallás nunca, con cada estreno te viene la regla y hay que aguantarte llorar. Te ponés re boluda con la música, te escondés por ahí… ni que fueses vos la actriz. Veo la misma cosa todas las noches durante una semana, escucho la misma ópera que se repite, medio que me harta. Pero a vos no, te ponés rara, todos los años lo mismo…

Ella no sabe que esta vez es especial, que a lo mejor sea la última, que el ginecólogo me dijo que algo se está terminando, que tenga paciencia.

¿Te acordás de tu primer día de trabajo? ¡Qué chiquita que eras! no se te entendía nada lo que decías, hablabas para adentro… Me acuerdo que estabas pálida, te habías manchado el pantalón del uniforme nuevo ¡qué manera de sangrar!… te tuve que prestar uno mío ¿Te acordás cómo te ayudé? Ahí nos hicimos amigas para siempre, cuantos años pasaron dios mío ¿Era esta misma ópera o me equivoco? Contestá che.

Si era la misma ópera, pero no se trata hoy del sangrado de siempre. Tampoco era la regla aquella vez. Nunca le conté a María Rosa que en mi primer día de trabajo,  venía de un consultorio, que había interrumpido… Eran años difíciles, no se podía andar por la calle, andábamos mirando el piso con temor a que nos pararan para pedirnos el documento… Tenía una minifalda de lana turquesa con unas botas negras, hacía un viento helado que traspasaba el can can y me cortaba la piel de las piernas, yo sentía como la sangre me chorreaba desde el apósito por las ingles, las medias de lana absorbían la sangre. Estaba mareada, todos me miraban en la calle supongo que por mi forma de caminar. Pasé por un puesto de diarios, leí los titulares, un teatro en Buenos Aires se había quemado en la madrugada de ese seis de agosto de mil novecientos ochenta y uno. Compré ese diario de la tarde que todavía conservo, no decían las causas del incendio. Tiempo después lo supimos, se había tratado de un atentado. A mí la política no me interesa, poco entiendo, pero esa noticia trágica marcó mi vida, se sumaba a las catástrofes que estaba viviendo, desde entonces con cada estreno me da una hemorragia, como si algo me castigara, como una condena. La música se grabó a fuego en mi piel. Conozco cada melodía, cada aria como si fuese una especialista.

(Silencio)
¿Por qué el apodo de ella es Butterfly? Tiene que haber una explicación. Yo busqué en ese diccionario enciclopédico. Los machos se exhiben volando cerca de las hembras y producen feromonas sexuales, en las maniobras de vuelo cubren a las hembras y las llenan de olor. Después de aparearlas evitan que la hembra sea copulada de nuevo taponando los genitales de la mariposa con un líquido pegajoso. Por eso se llama Butterfly…

(Silencio)

Es una ocasión única, todas las entradas vendidas, el teatro lleno. El público se está acomodando, me duelen las mejillas de tanto sonreír. Yo sé perfectamente lo que va a suceder. Los clásicos se repiten cada ocho años más o menos, eso le escuché decir a una bailarina. Ese tiempo pasó desde la última vez, este día es especial para mí, esta música me hizo vibrar, aquel día de mil novecientos ochenta y uno, de una forma que no se repitió más. Hoy voy a saber si el hechizo se vuelve a producir, si me quedan todavía algunos restos de vitalidad. Camino por la alfombra esponjosa, mis zapatos de taco se hunden en la blandura, casi como andar descalza, siento el roce de mi pantalón negro, en la parte interna de las piernas, antes no me quedaba tan ajustado, mi cuerpo está cambiando, pienso. Otro de los síntomas. Voy pasando de puerta en puerta, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve… Aplausos dan comienzo al Segundo acto.

(Silencio)

Yo sigo en el baño. Ya me duché pero volví a meterme en la intimidad del inodoro. No quiero hablar, no quiero dar explicaciones. Estoy en un momento crítico… como si fuese castigada por lo que hice. Mi cuerpo se está secando y es una tragedia. María Rosa se da cuenta y trata de entretenerme leyendo el programa que dejé sobre la mesita del mate:

Después de la boda el oficial se fue. A pesar de que pasaron tres años Butterfly aún espera que Pinkerton vuelva de Estados Unidos, su criada Suzuki intenta convencerla de que él no va volver, pero ella no la escucha y en un apasionado intento por convencerla de lo contrario es cuando canta la famosa aria ¿Me escuchás?

La música suena en mis oídos y tengo todos los síntomas juntos, calor, sudoración, ganas de reír y de llorar a la vez. Me parece que María Rosa intenta levantarme el ánimo cantando. No me pregunta más nada, solo canta… como puede:

Un bel dì, vedremo
Levarsi un fil di fumo
Sull'estremo confin del mare
E poi la nave appare

Su dulzura me hace reír, ella es una de las personas que más me conoce. Sin preguntarme nada, sin molestar, sin insistir. Ella está, su verborragia tapa mi silencio. Debería contarle la verdad. El día que nos conocimos acá en el teatro, cuando me descompuse, venía de hacerme un aborto, era muy chica, él se fue y me dejó sola, tenía una vida por delante. Una intenta hacer como si nada, seguir viviendo se dice, pero hay un lugar  que no se puede superar, la carga pesa, el silencio ahoga. Cada estreno me hace acordar a esa noche y sangro como aquella vez. Hoy se termina todo porque me estoy secando como una planta. El sangrado no va a estar más, va a ser como dejar de llorar ¿Un alivio?

(Silencio)

Las fantasías y los sueños pasan en ese escenario, nunca de este lado. No le importamos a nadie, nunca nos van a aplaudir. Me parece injusto, yo no seré una cantante lírica ni una primera bailarina pero conozco cada rincón de este teatro mejor que mi propia casa. Pienso todo esto junto y se me escapa un sollozo, lloro. María Rosa se da cuenta y para tapar sigue cantando:

E poi la nave è bianca.
Entra nel porto, romba il suo saluto.
Vedi? È venuto!
Io non gli scendo incontro, io no.

Su brutalidad me hace reír, hablar durante horas del aumento de los precios es su tema preferido, su simpleza me hace quererla más. Intenta repetir el aria que conoce de memoria de estar en los pasillos del teatro durante las funciones.

¡Bueno no te riás che! Me agarrás para la joda.
Te sigo leyendo:
Quieren casarla con otro hombre pero Butterfly no acepta. Llega un cónsul americano para decirle que el oficial va a volver a Japón pero no para vivir con ella. Butterfly cuenta que tuvo un hijo de Pinkerton, producto de su noche de bodas… acá es cuando dice que él podrá olvidarse de ella pero no de su hijo… El cónsul promete informar al oficial del asunto y trata de persuadirla a casarse con otro hombre que la pretende pero ella no quiere.
Más tarde Butterfly corre a observar con un catalejo por la ventana hacia el océano y ve un barco con bandera estadounidense. Ella decora toda la casa con flores para esperar la llegada de su amado, cae rendida y duerme.
¿Te das cuenta Inés? Ella pone flores en toda la casa para recibir a su amor. Las mariposas comen el polen de las flores… por eso se llama Butterfly… ¿me escuchás?

(Silencio)

Salgo del baño después de tirar la cadena, la hemorragia se detuvo, un poco. Al abrir la puerta con violencia María Rosa se asusta y me hace un chiste, yo sonrío. Faltan algunas horas para el espectáculo. Hay muchas corridas e histerias, gente que va y viene, cantantes, músicos, asistentes. Todo ese despliegue me emociona.
El espejo me devuelve una imagen agradable de mí misma, a pesar del entrecejo fruncido. Me gusta esta mejoría… me veo bien. Esta semana mandé mi mejor uniforme negro a la tintorería, se ve impecable, ni una arruga, a pesar de que me queda ajustado me sienta como un guante. Hoy antes de tomar el colectivo para el teatro fui a la peluquería, me tiñeron y plancharon el pelo, me hicieron las manos… El esmalte rojo y la pintura de labios del mismo color  quedan bien con el traje negro. Estoy lista con lo mejor de mí. 
El público ya fue acomodado en tiempo y forma, las mismas caras un poco más viejas. Algunos saben mi nombre, yo saludo como si fuesen viejos conocidos, me entregan dinero, limosnas que recibo con una sonrisa, sobre todo monedas que pesan en mi bolsillo izquierdo. Comienza el espectáculo, los músicos vestidos de negro afinan sus instrumentos, el director musical entra y desde su atril saluda, los espectadores conocen la convención y aplauden.
María Rosa sospecha algo porque no me saca los ojos de encima, la tengo a diez metros y a cada rato me sonríe levantando el dedo pulgar de la mano derecha junto con las cejas interrogativamente.
El teatro está lleno, es día de estreno y no quedó un solo lugar vacío, solo los palcos que no se venden, el dos del ala izquierda, el segundo de la fila y el veintiuno del ala derecha, anteúltimo de la hilera de palcos altos. Tampoco fueron ocupados los primeros palcos de los extremos, el uno y el veintidós, esos directamente dan sobre el escenario.
Estoy parada del lado de adentro de las cortinas de terciopelo bordeaux en el sector de la platea, mirando ese primer acto, la cantante que hace de Butterfly es muy buena. No entiendo por qué en esta versión tiene alrededor de cincuenta años, seguramente el director lo decidió por algo… No puedo dejar de tomármelo como algo personal. Que van a decir en el diario mañana ¿La crítica le va a dar duro? No quiero ni pensarlo. Los instrumentos suenan mejor que nunca, el vestuario es bellísimo y el decorado más sencillo que el de otras versiones.   En un momento me distraigo y leo el tercer acto de uno de los programas que quedaron en mis manos.
Tercer acto: Al enterarse de la existencia del hijo, Pinkerton llega a la casa de Butterfly con su nueva esposa americana llamada Kate para apropiarse del niño y criarlo en Estados Unidos. Cuando Pinkerton ve cómo Butterfly ha decorado la casa con flores para recibirlo, se da cuenta de que él ha cometido un gran error. Admite que es un cobarde y no puede enfrentarse a ella, de manera que Suzuki la criada y Kate le dan la noticia a Butterfly. Ella se muestra conforme con entregar al niño pero pide que Pinkerton venga a verla antes de despedirse de su hijo para siempre. Mientras tanto, ella se disculpa y se retira a sus habitaciones. Ahí se suicida con el cuchillo de su padre, se tambalea, besa a su hijo y muere. Pinkerton se apresura a entrar, pero es demasiado tarde.
Dos lágrimas calientes corren por mis mejillas. María Rosa me mira y levanta otra vez  el dedo pulgar de la mano derecha junto con las cejas interrogativamente. Yo sonrío disimulando y hago el mismo gesto, luego señalo hacia el escenario y cierro los ojos abriendo mis brazos y luego juntando las manos en mi pecho, como diciendo que estoy emocionada por la música. María Rosa frunce los labios y mueve su cabeza de un lado a otro, como diciendo no.
Finalizado el primer acto la gente abandona sus asientos para ir al baño o salir a fumar. Yo aprovecho el tumulto para escaparme de la mirada de María Rosa. Me  escondo entre los espectadores que van y vienen. Algunos me preguntan cosas porque reconocen mi uniforme, otros me piden programas. Llego al nivel de los palcos altos y me quedo oculta entre las cortinas de terciopelo hasta que todo vuelve a la normalidad. Ahí escondida recuerdo la enciclopedia. El ciclo de las mariposas… Machos y hembras se buscan activamente, usando como guía visual su aleteo característico, y empleando el sentido del olfato. Después de la fecundación, la hembra pone varios cientos o miles de huevos. En algunos casos la vida adulta es breve, no durando más que el tiempo necesario para asegurar la reproducción… Por eso se llama Butterfly pienso.
(Silencio)

Se anuncia el comienzo, las corridas que escucho desde mi escondite van disminuyendo. La música del segundo acto arranca luego del aplauso que el público ofrece al director musical, conozco la convención. Si salgo ahora es poco probable que me cruce con alguien, me asomo y no veo a nadie.
Siento la misma emoción que la protagonista, conozco la música de memoria, podría explicar el argumento de muchas maneras. Primer acto: ella se casa con un oficial estadounidense y es feliz, el matrimonio es para toda la vida, tiene quince años y es oriental, renuncia a su fe para casarse con un extranjero, su familia la odia por eso. Aplauso. Segundo acto: tengo las llaves de los palcos en mi bolsillo derecho que equilibran el peso del bolsillo izquierdo lleno de monedas. El recorrido del pasillo curvo del ala derecha es más extenso de lo normal, dura casi como el segundo acto, me cuesta caminar, los pies me pesan, parezco una escultura de piedra que de a poco cobra vida, que lentamente va teniendo signos vitales. El pasillo bordeaux, acolchado parece que latiera en carne viva, nazco de nuevo como si recordara salir del útero de mi mamá.   Segundo acto de la ópera: Tres años después. La protagonista, abandonada por su amor sufre la espera, le aconsejan casarse con otro hombre pero ella no quiere, confiesa que tuvo un hijo fruto de su noche de bodas, ahí suena la música que conozco, vuelvo a vibrar, dejo de ser de piedra del todo. Me pesa la ropa, voy dejando caer a medida que avanzo, los programas de mano, mis zapatos, el saco con las monedas, las llaves de los palcos, menos una. Ahora sí siento la alfombra debajo de mis pies descalzos, todo se acentúa y los síntomas vuelven, mucho calor sobre todo en el cuello y en la cara, mareo, agitación, angustia y excitación a la vez. Vuelvo a sentir la misma emoción pero distinta, casi que podría ser la protagonista… dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve…
Tercer acto: ya entré al palco veintiuno  y me encuentro en ese lugar neutral y pequeño que está entre la puerta de madera y la cortina de terciopelo bordeaux. Final trágico. Podría esperar el tercer acto de la ópera cuando la heroína sabe que le van a sacar el hijo y acepta… Una mujer oriental, no puede decidir demasiadas cosas… Esperar la música conocida para los finales trágicos, la voz de la cantante que hace de oriental despidiéndose del hijo como un lamento. Hacerlo ahí, justamente cuando todos los espectadores se pongan de pie en el final, pero no sería acertado porque el público vería el espectáculo completo, por lo tanto no cambiaría nada, podría quedar como parte de la tragedia del escenario, como otra decisión del director, si Butterfly tiene cincuenta años en esta versión podría pasar cualquier otra cosa rara. Entonces no,  el momento más importante del segundo acto es el ideal. Ahí sí que no seré inadvertida, a lo mejor lo toman como un atentado o como un accidente ¿Qué van a decir los diarios mañana? Trato de no pensar en eso.
Accedo al palco número veintiuno, el escalón es muy alto cuando levanto la pierna derecha casi se rompe mi pantalón, estoy hinchada y sangro. Arrastro los pies descalzos por el piso de madera hasta la columna que separa el palco veinte del veintiuno, apoyo mi mano izquierda en esa columna, subo a una de las sillas de terciopelo, el pantalón se desgarra del todo. La joven japonesa de cincuenta años  insiste en que Pinkerton va a volver porque la ama, su criada Suzuki intenta convencerla para que asuma que eso no va a pasar. Pero Butterfly insiste y canta, eso marca la música, eso resalta su canto.
Un bel dì, vedremo
Levarsi un fil di fumo
Sull'estremo confin del mare
E poi la nave appare
E poi la nave è bianca.
Entra nel porto, romba il suo saluto.
Vedi? È venuto!
Io non gli scendo incontro, io no.

Estoy parada haciendo equilibrio en la baranda del palco, veo mis pies hinchados, el esmalte rojo de las uñas agarradas como garras a la madera suave, abajo el gran público mira el espectáculo, un poco más  a la derecha los músicos bailan con sus instrumentos guiados por la mano del director, arriba del escenario Butterfly canta y llora, mi ojos siguen hacia arriba y  alcanzo a ver a María Rosa en el Palco de enfrente, el número dos… el que tampoco se vende. Ella intenta detenerme, me hace señas, aparentemente me nombra pero la música tapa sus gritos, solo veo sus gestos, después sale corriendo por detrás de las cortinas del palco.
El público no se da cuenta de nada, es el momento más conocido de la historia, la del escenario. Calculo el tiempo que María Rosa demora en correr por el pasillo curvo desde el palco número dos hasta el veintiuno, tomé precauciones y cerré el palco por dentro, tengo la llave en mi mano derecha. Escucho golpes en la puerta detrás mío, la música supera los golpes y los gritos, Inés… Inés… Inés… Me balanceo, estoy mareada, sofocada de calor y sigo sangrando, los pies y las manos húmedas, la boca seca como una piedra, la llave se escapa de mi mano derecha y cae al foso. Escucho tumultos en el palco veinte, accedieron por ahí para detenerme. Aplauso al final del aria, me aturdo, luego quedo sorda, el público grita ¡Bravo! ¡Bravo!  Y yo caigo, volando, descalza y sin alas.

(Silencio)

Desde entonces ando por acá, ya no sangro, no necesito zapatos, el uniforme negro se transformó en kimono, mi piel se puso blanca y mis labios resaltan en un rojo intenso como una japonesa. Somos muchos los que quedamos en este teatro, en todos los teatros, ustedes y yo, las voces acalladas por el fuego y el olvido. Antes podía escucharlos, en los momentos difíciles sobre todo. Ahora los puedo ver, sus caras, sus máscaras, sus vestuarios. Recorro cada rincón del teatro, mármol, terciopelo, madera, metal dorado… cuando me aburro vuelvo al pasillo curvo que me lleva al palco veintiuno y lo recorro, repito el ritual cada noche, me vuelvo a parar en la baranda y  me dejo caer.