Texto: Luis Quinteros
Dirección: Mauro Molina
Actúan: Maria Viau – Gabriel Yamil–Fernando Musante
Sala: Abasto Socialclub; YATAY 666- CABA
ESTRENO: SÁBADO 1/8
3° puesto Género Teatro
CONCURSO LITERARIO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BUENOS AIRES (Argentina)
“Dejarse ir”
________________________________________________________________________
De Luis Quinteros
Toda puesta en
escena de este texto deberá contar con la autorización expresa de su autor.
En escena:
Fernando Musante, María Viau, Gabriel Yamil
Voz en Off:
Ricardo Martínez Puente
Diseño de
vestuario:
Lara Sol Gaudini
Diseño de
escenografía:
Jorgelina Herrero Pons
Diseño de luces:
Horacio Novelle
Música original:
Micaella Carballo
Diseño gráfico:
Exequiel Abreu
Prensa:
Ayni Comunicación, Romina Pomponio
Texto:
Luis Quinteros
Dirección y
puesta en escena:
Mauro Molina
Aída: Desde la hora del
desayuno andan por ahí, son muchas e insistentes, no hacen ruido pero igual
escuchás como si murmuraran. Nadie entra a tu mundo sin que vos quieras, pero
ellas no piden permiso, te invaden.
Sos
una mujer cualquiera que trabaja de lunes a viernes hasta las catorce horas. Tomás
el colectivo y llegás al barrio donde naciste hace cincuenta años. La cuadra
está tranquila, es el comienzo de la siesta, el sol está más fuerte que nunca,
va a ser un fin de año caluroso, pensás. Siempre quisiste pasar las fiestas en
un lugar donde hubiese nieve, como en las películas de navidad, como el papá
Noel que está en el arbolito, parado en el trineo tirado por renos.
Cuando
bajás del colectivo, caminás desde la esquina hasta tu casa, justo a mitad de
cuadra, es el treinta y cinco cincuenta de la numeración. Esta combinación
numérica fue la primera que aprendiste…Por si te perdés Aída, decía tu mamá.
Vos repetías hasta el aburrimiento: Villanueva treinta y cinco cincuenta ¿Te
acordás Aída de esa Aída?
(Pausa)
Las
casas de tu cuadra fueron remodeladas una a una a medida que sus dueños, los
que te vieron crecer, las fueron dejando. Mientras caminás, a la izquierda,
pasan puertas laqueadas blancas, ventanas de vidrios fijos sin postigos,
jardines abiertos con piedritas blancas o césped verde oscuro de hoja gruesa, luminarias
de jardín y picaportes cromados, carteles de empresas de seguridad y porteros eléctricos con cámara. A
la derecha, como testigos del paso del tiempo, los árboles de siempre permanecen,
altísimos, no los derribaron de milagro,
pensás. Caminás entonces entre lo viejo y lo nuevo, llegás a mitad de cuadra, tu
casa no es la única excepción. Vos vivís en la del medio, a la derecha vive
Ramón con su mamá y a la izquierda vive Antonio
con su mamá… Estás escoltada por los vecinos de siempre.
Abrís
la puerta de la verja de madera color verde agua, cerrás la puerta y cuando
girás para enfrentarte con el porche de entrada, te paralizás… Sabés que ellas
te están esperando del otro lado de la puerta. Mirás para arriba, hay mucha
paz, las cortinas de la ventana de la planta alta permanecen cerradas por el
sol, para que a tu mamá no le moleste la luz… Cruzás el jardín caminando sobre
las baldosas acanaladas bordeaux, llegás a la entrada, tocás el timbre y
esperás. Aída, pobre Aída, con la excusa de que tu mamá no se asuste cuando
abras la puerta hacés sonar el timbre, pero en el fondo tenés la inocente
ilusión de que ellas se van a ir porque
llegaste vos, la dueña de casa. Te ponés en punta de pie con tu cuerpo pegado a
la puerta para espiar por el vidrio, mirás el living por un agujero del tejido
de la cortina. El televisor está encendido, no lo apagaste desde entonces... El
documental sobre los esquimales está comenzando otra vez, se repite la
programación, ya lo escuchaste de fondo varias veces en los últimos días.
Ramón: La bandeja del almuerzo
plagada de ellas, encima son esas coloraditas que cuando te pican, te matan, tengo
que exterminarlas ¿De dónde vienen? Probé de todo, veneno en polvo, en aerosol,
también fumigué por todos lados, adentro y afuera, pero no funciona, son
inmunes o se hicieron invulnerables con el paso de los años, nada las aniquila.
Como los antibióticos, llega un momento que no te hacen nada, por eso cada vez
vienen más fuertes y te revientan el estómago.
El miércoles me saqué una muela y me recetaron
antibióticos para prevenir la infección. Aída me regaló muestras gratis que le
dan en su trabajo. Desde el jueves, me comenzaron a salir unas picaduras por
todo el cuerpo, en un momento pensé que podían ser estas malditas, que me
atacaron mientras dormía. Pero anoche me encontré con Antonio en la puerta y le
conté, él me dijo que podía ser una reacción de los antibióticos, un efecto
secundario, me dijo. Bañáte con agua fría y ponéte té de manzanilla, me
recomendó. Le hice caso, pero igual no podía dejar de rascarme, la picazón no
me dejaba dormir, prendí el velador, saqué la lupa del cajón de la mesa de luz para leer el prospecto. En el
cuarto de al lado ella tosió y a mí me dio una puntada en el agujero de la
muela. Debajo de la lupa había una revista, la puse ahí para cuando no me puedo
dormir, se la saqué sin que se diera cuenta de las pilas de revistas que ella
tiene junto a la cama, elegí cualquiera, ya no puede controlarlas porque son un
montón. Cuando ya no esté, voy a poder vender la colección completa, nunca dejó
de comprarlas. No me deja cambiarlas de lugar, solo me autorizó a fumigarlas,
por los ácaros. Ella volvió a toser en
su cuarto. El prospecto de los antibióticos estaba enganchado en la revista
justo en el comienzo de un cuento, yo no lo coloqué ahí, se encajó solo. Empecé
a leer por arriba el cuento La ley de la
vida de Jack London, luego ya no me pude detener… Según la tradición, el
viejo jefe de la tribu es abandonado en la nieve junto a una fogata. El viejo no
debe ser una carga cuando la comunidad tiene que cambiar de lugar para ir
detrás de los animales que cazan para comer... Ella tosió y se quejó como si yo
hubiera leído en voz alta. Apagué la luz del velador desenchufándolo, para que
no escuche el clic de la perilla, el roce de mi cuerpo con las sábanas sonó
amplificado. Otra vez tosió, como indicándome que sabía que yo aún no dormía.
Una mosca zumbó cerca de ni oreja, me tapé la cabeza con la sábana.
Ramón
apaga un grabador de cassette y luego rebobina la cinta para chequear la
grabación. Es un equipo de los años ochenta.
Antonio: ¿Vas
a estar bien esta noche? Vas a estar bien… ¿Tenés hambre? Seguro que sí…
¿Querés que me quede con vos? Querés que me quede. Bueno me quedo, no voy a
trabajar ¿No voy a trabajar?...Te hice una tarta de espinaca como a vos te
gusta… ¿Prendo la tele? Mirá, están dando un documental de esos que te gustan a
vos, hoy a la tarde también lo pasaron, lo vi en la tele de la cocina mientras
lavaba las espinacas…Sí, lo repiten… Después del documental pasan esa película
de Anthony Quinn, la de los esquimales… ¿Escuchaste? Anthony Quinn, tu actor
favorito. Me da un poco de vergüenza contar en el trabajo que me pusiste
Antonio por Anthony Quinn… encima con el uniforme, varias personas me han dicho
que me parezco…La película en la que se muestran las costumbres de los
esquimales. Pasan el documental y luego la película… a los esquimales se los
llama inuit, así se les dice ahora en Canadá y toda esa zona, esquimal ya no se
usa porque es ofensivo. Esquimal quiere decir, el que come carne cruda o algo
así…Claro, no tienen forma de cocinarla, en el medio de la nieve, sin ningún
tipo de combustible ¿Te das cuenta? es lo que digo siempre, la naturaleza es
sabia y nosotros nos adaptamos ¿Te dormiste? Mirá que es temprano todavía.
(Pausa)
A
la hora de la siesta anduve por la huerta del fondo, desde ahí pude mirar la
ventana de tu pieza, el sol justo me encandilaba a esa hora. Estuve parado
sobre la tierra negra mirando las cortinas blancas que se movían apenas con la
brisa e imaginé tu cabeza blanca apoyada en las cuatro almohadas.
Las
ramas de los tomates se doblegaban hacia la tierra por el peso de los frutos, no
los pude arrancar porque están inmaduros, sería prematuro hacerlo, pensé. A mi
izquierda, junto a la pared que da a la casa de Aída, las espinacas crecieron
verdes y vigorosas.
(Pausa)
Hay
un mosquerío tremendo, debe ser el calor de diciembre, este verano las moscas
son azules, de todos modos no uso ningún tipo de fungicida, me gusta que las
verduras crezcan al natural, que se defiendan solas de las plagas. Ramón
insiste en regalarme insecticidas para las hormigas y las moscas, líquidos para
las plantas de tomate, pero yo no quiero intervenir con la naturaleza, si
crecen bien, sino la plaga habrá ganado, es la ley de la naturaleza…de la vida.
(Pausa)
Esta
tarde, Aída lloró junto a la pared, podía escucharla, no me animé a decirle
nada, seguí hablándote a los gritos desde la huerta para disimular y que ella
no se diera cuenta que la estaba escuchando llorar.
Vos
no me respondiste, me asusté, las cortinas de tu ventana se movieron hacia
afuera como si una fuerza invisible saliera de tu cuarto, una mosca se metió en
mi oreja y me cacheteé para sacarla, miré de nuevo tu ventana, me corrió un
frío por la espalda, me ardieron los ojos y corrí hacia adentro de la casa,
subí los escalones de a dos y me tropecé en la escalera, me lastimé las
rodillas con el filo del último escalón, llegué junto a tu cama.
Ramón
enciende el grabador para escuchar la grabación, pone play. Mientras escucha,
rocía el ambiente con una máquina de flit. Habla y extermina, la voz de Ramón
grabada se escucha de fondo.
Ramón: Hay por todos lados ¡Qué hormiguitas
de mierda! Pero cómo subieron al plato de mamá… Tomen, tomen, tomen hijas de
puta. ¡Huy! Es la una y media, me tengo
que ir, no voy a poder lavar los platos.
¿Y
estas moscas? ¿De dónde salieron? Viene del patio y eso que fumigué hace poco. Son
azules, no verdes ni negras. Debe haber una rata muerta o un gato. Tomen,
tomen, tomen ustedes también hijas de puta. Ahora cuando me voy, cierro las
puertas y ventanas y chau… cuando
vuelva voy a encontrar un cementerio de moscas y hormigas.
(Pausa)
La
tendría que saludar pero ya debe estar dormida. ¡Qué fresca que está la casa!
Afuera debe estar ardiendo todo, es la peor hora para salir, el sol de
diciembre es mortal, menos mal que voy vestido de blanco.
La
grabación termina y se produce un silencio. Ramón pone stop en el grabador.
Toma un bolso de mano deportivo y un manojo de llaves que manipula.
Me escapo, me escabullo como aquellas siestas
de verano cuando papá y mamá dormían. Cierro
la puerta de calle con doble llave y avanzo hasta la reja blanca, el picaporte
chilla porque la cerradura está oxidada por el sol y la lluvia, todos los años hay
que cambiarla, pienso y puteo moviendo los labios… La puta madre, esta mierda que
siempre se pone dura, si hago demasiada fuerza y quiebro la llave cagué, si se
me traba la cerradura voy a llegar tarde al trabajo… miro de un lado a otro,
por suerte no hay nadie, la mayoría de la gente está trabajando desde temprano,
solo algunos comenzamos la jornada por la tarde.
(Pausa)
Aída
llora.
A mi derecha alcanzo a ver a Aída con la nariz
pegada al vidrio de la puerta de su casa, como tratando de espiar hacia adentro
a través de la cortina de macramé. ¿Qué le pasa? No me animo a hablarle, la veo
muy perturbada últimamente. Hago ruido a propósito con el picaporte de la reja
para que ella escuche y al instante...
Cae
el manojo de llaves de las manos de Ramón.
¡Un
portazo! la llave superior cierra, luego la inferior y el pasador rebota contra
el tope con un sonido seco terminando el movimiento ¡Toc!
Camino rápido por la vereda porque si pierdo el
colectivo voy a llegar tarde y me pregunto…. ¿Por qué no le hablé? a lo mejor
necesita algo y no se anima a pedírmelo. En el fondo sé que el insecticida que
le regalé no funcionó, no me lo perdono.
Aída: Ya
ingresaste a la casa, cerraste con llave arriba y abajo, también con pasador ¡Toc!
Ahora estás en el pasillo que une el living con la cocina. Vos sabés que ellas
siempre están en el sector de la mesada, aunque a veces las encontrás por otros
lados de la casa. Se te ocurre que puede ser la basura, entonces corrés hasta
el tacho de la cocina pero está vacío, tuviste la precaución de sacar la bolsa
anoche después de cenar, lo recordás claramente porque te encontraste con Antonio
que dejaba la basura en el canasto de su
casa antes de irse a trabajar -Buenas noches-
te dijo.
Antonio: Buenas noches Aída.
Aída: Buenas noches Antonio.
Se
escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída: ¡Huy
que susto! Ya empezamos con el baile de los cohetes - Él te sonríe vestido de
guardia de seguridad, te hace acordar a Anthony Quinn, Antonio tiene la mirada
triste como Anthony, te acordás de alguna película que viste, Anthony Quinn con
el cuerpo fatigado vestido de soldado …
Se escucha la
música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja
a una melodía navideña. Como si saliese de un televisor.
Aída y Antonio se
miran y sonríen.
La música se
corta.
…
vos girás rápidamente para volver a entrar a tu casa y que Anthony no vea que vos
también sonreís y descubrís de pronto,
por sorpresa, la sonrisa de Ramón, que está llegando de trabajar con cara de
cansado y la ropa blanca transpirada. Ramón se percata de que vos le sonreías a
Antonio, esto te da mucha vergüenza, él te saluda.
Ramón: Buenas noches Aída, ¿Cómo
estás?
Aída: Buenas noches- le
respondés- Todo bien por suerte.
Se
escucha un cohete que vuela y luego explota.
Aída: ¡Huy que susto!
Ramón: Gracias por los
antibióticos ¿El insecticida sirvió?
Aída: Sí
muchas gracias,
Ramón: ¿Seguro que sirvió? Yo veo cada vez más
moscas azules. Se reproducen por minutos, eso quiere decir que están poniendo
huevos y ese tipo de moscas solo pueden poner huevos en…
Aída: Voy entrando porque esas
explosiones me alteran- le decís mintiéndole y corrés hacia la puerta de tu casa,
dejando la mirada de Ramón enfrentada con la de Antonio, cerrás con llave arriba
y abajo, también con pasador ¡toc!
Antonio: Buenas noches Ramón ¿Cómo
andás?
Ramón: Buenas noches Antonio
¡Qué suerte que no hace calor! Es una noche fresca.
Antonio: Sí, es lo mejor, se
trabaja más cómodo con el fresco.
Ramón: ¿Cómo está tu mamá?
Antonio: Bien,
ya cenó y está durmiendo. Te encargo ¿Si escuchás algo raro me llamás? Yo vuelvo
a las siete de la mañana como siempre.
Ramón: No te preocupés,
cualquier cosa te llamo, aunque desde mi casa no voy a escuchar mucho, Aída
está más cerca de tu casa y con el sueño liviano que tiene…
Antonio: No la quiero molestar, no
la veo muy bien. Debe tener bastante con su mamá.
Ramón: Tenés razón, no hay que
molestarla.
Antonio: ¿Cómo vas con la tuya?
Ramón: Bien, digamos, hoy
después de comer la dejé durmiendo, se debe estar por despertar, la pastilla
que le doy en el almuerzo la relaja por varias horas, por eso me voy tranquilo,
llego justo para darle la cena. Estoy dolorido y cansado, todavía me molesta la
muela que me sacaron, el agujero ya no sangra pero me duele. Estoy molido, no
paré de fumigar en toda la tarde, el calor trae las plagas y los teléfonos no
pararon de sonar: moscas, mosquitos, cucarachas, ratas, murciélagos, hormigas,
de todo.
Antonio: Tenés ronchas en el
cuello, a lo mejor te hizo mal algún insecticida…
Ramón: Las tengo hace varios
días, no se che… ¿serán las hormigas de mi casa que me picaron de noche? No las
puedo combatir, también tengo moscas azuladas. Como dice el dicho: “En casa de
herrero cuchillo de palo”
Antonio: Son
ronchas, no picaduras ¿Estás tomando alguna medicación por la extracción de la
muela?
Ramón: Unos antibióticos y
calmantes que me dio Aída.
Antonio: Es
eso entonces, es una reacción alérgica. Bañáte con agua fría y ponéte té de
manzanilla después.
Ramón: Bueno dale, lo hago más
tarde, mi vieja se debe haber despertado, ni tiempo para ducharme me queda, le
tengo que dar la cena para que pueda tomar los remedios.
Antonio: No
deberías darle tanto, a lo mejor le hace mal.
Ramón: El médico le recetó el relajante, es la
única forma que tengo para ir a laburar, duerme toda la tarde hasta que llego y
de noche cuando yo tengo que descansar, ella está despierta mirando el techo.
Antonio: Mi mamá no toma nada, está todo el día
con los ojos abiertos mirando la ventana. No emite palabra, solo pestañea. Se
duerme a la noche después de cenar antes de que yo me vaya a trabajar, como si
supiera, para que me quede tranquilo…
Ramón: En fin, buenas noches Antonio, que
tengas buena jornada.
Antonio: Buenas noches Ramón, que
descanses.
Se escuchan zumbidos de
moscas.
Aída: Antonio
te regala tomates y plantas de espinaca de su huerta. Ramón te provee de
distintos insecticidas, fungicidas, herbicidas, para que vos enfrentés tus
plagas. Vos les das muestras gratis de
antibióticos, analgésicos, antinflamatorios y calmantes que te obsequian los
médicos y los visitadores en el sanatorio.
Siempre se juntaron en las navidades y años nuevos, como buenos vecinos.
Me parece que en estas fiestas, no vas a tener ganas, Aída.
Hace mucho que no ves a la mamá de Ramón, a la de Antonio
tampoco pero por lo menos lo escuchás desde la medianera cuando él le habla,
nadie responde, pero él le habla.
(Pausa)
Se escuchan zumbidos de
moscas. Aída da manotazos al aire.
Ramón
está saliendo para el trabajo, insulta otra vez, como ayer. Porque le cuesta
abrir la puerta de la reja, vos está
parada en el porche y te metés rápido a tu casa para que no te hable, para que
no te pregunte nada… sos una cobarde ¡Qué fresco está el living, a esta hora de
la siesta no le pega el sol todavía! Estás encandilada, no ves demasiado pero
escuchás el televisor prendido, nunca más lo apagaste, lo dejás de
fondo para que tape el zumbido de ellas. Escuchás una voz de documental que
habla sobre los esquimales, las palabras se te meten por los oídos y se hacen
tuyas:
…Los
ancianos se encuentran en una situación complicada. Los niños, aunque no lleven
alimento a casa, lo llevarán en el futuro. Los ancianos han dejado atrás esta
posibilidad, sin embargo demandan alimentos. Culturalmente ellos son
conscientes de lo valioso que resulta su parte de alimento para la
supervivencia del resto de la familia, sobre todo en épocas de escasez. Tanto
es así que, llegado el momento, se despiden de su grupo familiar, y se alejan
en la nieve, se dejan ir, se dejan morir…
Aída
llora.
Corrés
hacia la cocina, te abalanzás sobre el
tacho de basura pero está vacío, sacaste la basura anoche, recordás, porque te
encontraste con Antonio que dejaba la
basura en el canasto de su casa antes de irse a trabajar …Comienzan los zumbidos
en tus oídos, luego son murmullos, vienen del living y sabés que la pesadilla
recién empieza, hoy están ahí, otras veces las ves por el baño, en tu cuarto,
en el comedor diario, el cuarto de tu mamá está bien cerrado, tapaste hasta el
hueco de la cerradura para que no entren ahí. En el televisor comienza la película con Anthony
Quinn haciendo de esquimal, escuchás la música y el sonido del oso polar que
nada en el agua…tratás de olvidarlas pero ellas te persiguen a vos, andan por los
lugares de la casa por los que te movés. El oso grita cuando los esquimales le
clavan un arpón para cazarlo, ese chillido te perfora los oídos. Cerrás la
puerta del pasillo que une el living con la cocina, pero igual sabés que es en
vano, no te van a dejar en paz nunca, presentís. Clavás tus uñas en el granito
de la mesada y mirás la pileta de la cocina de loza blanca, sacás la tapa y
pegas tu oreja al agujero para constatar que no haya ninguna por la cañería,
abrís la canilla de agua fría para que el agua corra por tu cabeza, sacás el
shampoo del cajón de los cubiertos que
tenés para estas emergencias y hacés espuma con tu pelo, refregando,
refregando, refregando… hasta que arde. Hay veces que tardan en irse del baño de
arriba, así que usás el bañito de cortesía de la planta baja y te lavás en la
cocina. Tenés una toalla blanca en el cajón de los repasadores, te la colocás en
la cabeza como un turbante. Salís al patio y la música de los títulos de la
película acompañan el momento, es una música ancestral… el calor que sube del
pasto, no evita que te sientas sola en un desierto de nieve, como si estuvieses
en el polo norte. Avanzás tomándote de la medianera izquierda y dejando caer la ropa por el camino: zapatos, cinto, pollera,
blusa van quedando detrás tuyo marcando el camino para que puedas volver. Caminás
con lo ojos cerrados deseando que cuando levantes los párpados te espere
Anthony Quinn vestido de esquimal en el fondo del patio y te levante en brazos…
pero no, cuando abrís los ojos, no hay nadie. Apoyás la frente en el ángulo que forman las
dos paredes y llorás… llorás un rato largo porque sabés que tu mamá no te va a
escuchar desde su habitación.
(Pausa)
Antonio: ¡Mirá
que espinacas salieron este verano! ¿Las llegás a ver desde ahí? Calculo que si
me pongo en punta de pie con la planta de espinaca sobre mi cabeza y estiro
bien los brazos hacia arriba, el ángulo de visión desde la cabecera de tu cama permite
que veas lo verde que están este verano. Voy a cocinar temprano, una tarta para
la cena, así me llevo unas porciones al trabajo. Sí, tengo que prender el
horno, no se puede hacer una tarta sin prender el horno. Los tomates están
pesados, caídos contra la tierra pero están verdes, no los puedo cortar,
¿entendés? Si querés una ensalada,
voy a tener que comprar.
Aída
llora.
Antonio
habla con más volumen.
Le
voy a llevar algunas plantas de espinaca a Aída, ya debe haber vuelto del
trabajo, seguro que ella también va a cocinar una tarta, están muy tiernas, se
pueden comer también crudas, en ensalada
Se
escuchan zumbidos de moscas, Antonio y Aída se palmean las orejas.
¿Me
estás escuchando? ¿Mamá? ¿Mamá? ¿Mamá?
Antonio
corre.
Aída
corre.
(Pausa)
Ramón: Bueno otra día más de
trabajo que se termina… ¡Qué mugrienta que tengo la ropa! por suerte es viernes…
¿Cómo se les ocurrió ponernos uniformes blancos? Con la primera fumigación,
quedamos roñosos. Esta cerradura de
mierda ¡cómo la odio! No la voy a
cambiar, hasta que no pasen las lluvias, no la pienso cambiar. Aída no prendió
la luz del porche ¡Qué raro! ¿Se habrá olvidado?
Se escucha la
explosión de un fuego artificial.
¡Pero
la puta madre! ¡Cómo joden con esos cohetes!
(Pausa)
La
oscuridad se ilumina por un momento con la explosión de la bengala y alcanzo a
ver a Aída, me voy acercando despacio, escucho un sollozo. Ella está sentada en
el banco junto a la puerta de su casa que permanece abierta. Tiene una toalla
blanca en la cabeza y unas plantas de espinaca en sus manos. Las lágrimas que
caen de sus mejillas brillan en la oscuridad. De adentro sale la luz del
televisor y se escucha una voz de documental a todo volumen. La mamá de Aída
debe estar mirando la tele, pienso. Le
hablo:
Buenas
noches ¿Aída estás bien? ¿Te puedo ayudar en algo?
Aída: Ya no sé qué hacer
Ramón, están por todos lados.
Ramón: Son las moscas de verano,
ya llegaron a mi casa, además de las hormigas, ahora tengo tus moscas. Son
azules, este verano son azules. Revisaste el patio ¿No tendrás algún gato
muerto?
Aída llora.
No
llorés. Debés tener problemas con el pozo negro. Me parece que vamos a tener que
conectarnos a la cloaca, clausurar los pozos de una buena vez y olvidarnos del
tema.
Tranquilizáte,
hoy es viernes, mañana o pasado te puedo ayudar a fumigar si querés. Pero hay
que desalojar la casa de personas y animales por un día, porque son unas bombas
de humo que matan todo. Acá las tengo, las traje para mi casa, por las hormigas,
pero te las doy a vos, hay una para cada ambiente. Tomá.
Aída: No, dejá Ramón, son
para tu casa.
Ramón: Pero no mujer, yo traigo
el lunes, puedo esperar. Además tengo que ver como la saco a mi vieja de la
cama. Tomá, agarrá.
Que fuerte está el volumen, tu vieja está cada día más
sorda.
Aída
asiente.
Se escucha la
explosión de un fuego artificial.
Ambos se asustan.
Aída: Esas
explosiones me ponen los pelos de punta.
Ramón: Son una mierda los
cohetes, yo no sé por qué a la gente le encanta quemar la plata. ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá
acá afuera?
Aída
niega.
Aída
y ramón son iluminados por la luz de los fuegos artificiales.
Antonio: Que
susto que me diste hoy, pensé que habías partido. Me parece que vamos a
compartir otra navidad, por suerte. Comiste toda la tarta de espinaca, me
parece muy bien. Todavía sigue el documental, ya va terminar, escuchaste esa
parte que dice que los esquimales, mejor dicho los inuit no le temen a la muerte porque creen que los muertos se
reencarnan en los hijos, como que tienen a sus antepasados en sus hijos. Ya te dormiste… aprovecho para irme, dejo el
televisor muy bajito, la ventana abierta para que entre la brisa fresca, el
arbolito de navidad que prende y apaga en tu cómoda y el espiral para ayuntar los
mosquitos y las moscas que andan molestando. Vas a estar cómoda.
(Pausa)
Te
beso en la frente y salgo, me vuelvo y te miro de nuevo. Salgo.
Llevo la bolsa de basura para dejarla en el canasto.
Por suerte es viernes, último día de trabajo. Veo a Ramón y Aída que charlan, saludo-
Buenas noches-
Aída: Buenas noches Antonio,
último día de la semana por suerte.
Ramón: Buenas noches. Vamos a
tener que fumigar, hay moscas por todos lados, para colmo son azules.
Antonio: Sí, en mi casa también
hay. Pero no quiero fumigar… ¿Cómo hago con mi mamá?
Ramón: Nos tenemos que
organizar, a los tres nos pasa lo mismo.
Salen de la casa de Aída. Si atacamos ahí me parece que queda resuelto. Debe
ser el pozo negro.
Antonio: ¿Estás
viendo el documental sobre los inuit?
¡Qué fuerte que está el volumen…!
Aída: ¿Sobre qué?
Antonio: Los esquimales…
Ramón: Su mamá está mirando,
está medio sorda, la mía escucha hasta cuando me doy vuelta en la cama.
Aída: ¡Qué lindo debe
ser vivir en el polo norte!
Ramón: ¿Cerca de papá Noel?
Ramón y Antonio se
ríen.
Aída: No hace calor como
acá, no debe haber moscas…
Antonio: Esa es la música final.
Lo vi esta tarde.
Aída: Yo
también. Lo vi varias veces en estos últimos días… lo repiten y después viene la
película de Anthony Quinn… en la que hace de esquimal.
Ramón: Te acordás Antonio que siempre te
decíamos que eras parecido a Anthony Quinn ¡Cómo te enojabas!
Aída: Encima con ese uniforme estás
igual que Anthony, en las películas que hizo de soldado.
Ramón y Aída se
ríen. Antonio se fastidia.
Ramón: Bueno che ¿Dónde está el espíritu
navideño?
Antonio: ¿Qué
vamos a hacer este año? Tengo una caja navideña que me dieron en le empresa, si
nos juntamos no compren nada dulce.
Ramón: A mí me da igual.
Aída: A los esquimales no
les importa la navidad. Me gustaría que diciembre pase rápido.
Antonio: Lo que a ustedes les parezca, por mí todo bien, mi mamá
ni se da cuenta, o al menos no puede decirlo.
Aída: La mía tampoco…
Se
escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón: Pero la puta madre, como joden con eso.
Antonio: La querría saludar, pero
se me pasa el colectivo y voy a llegar tarde, otro día ¡Hasta mañana!
Aída y Ramón
saludan.
(Pausa)
Se
escucha la explosión de un fuego artificial.
Ramón: Y dale…
Aída:
Los
esquimales viejos no pueden cazar, no pueden aportar alimentos a la familia,
entonces, por propia voluntad, abandonan a su grupo y se alejan para morir
adentrándose en la nieve, se dejan morir y así liberan a su familia de la carga
que significa tener que alimentarlos y cuidarlos. Lo escuché en el documental
que acaba de terminar.
Ramón: ¿Eso dice? Mirá
vos…casualmente anoche encontré un cuento en una de las revistas que compra mi
vieja, esas revistas de colección, desde que lo leí no paro de pensar, hasta
sueño con los lobos. La historia cuenta sobre una tribu que abandona a los
viejos en la nieve cuando tienen irse a otro lugar siguiendo a los animales que
se alejan del frío. Van detrás de los animales que pueden cazar para
alimentarse y no pueden llevar a los viejos de acá para allá.
Aída: Nosotros
no lo podemos entender… esas costumbres digo ¿Cómo hacen los esquimales viejos
que no pueden caminar? Los que tienen la
voluntad de abandonar a su familia pero no pueden alejarse solos ¿La familia los
abandona? Eso ya es otra cosa…
Ramón: En el cuento, el jefe de
la tribu se da cuenta que lo van a dejar, como él hizo con su padre y este con
su abuelo. El viejo está ciego, solo puede escuchar. Cuando su hijo vuelve para
despedirse por última vez, él le dice que es la ley de la carne, que la
naturaleza no es bondadosa con la carne.
El
anciano se acuerda de algo que vio en su juventud, una jauría de lobos atacaba a un viejo alce que había sido rezagado de su
rebaño. Sabe que ese es también su destino. Al final siente un hocico húmedo en
la mejilla, una manada de lobos lo rodea esperando que la fogata se apague para
devorarlo. La ley de la vida se llama
el cuento, de Jack London.
(Pausa)
Aída: ¿Y nosotros Ramón?
¿Cuándo vivimos? ¿Cuándo nos ocupamos de
nosotros?
Ramón: ¿Quién se va a ocupar de nosotros?
Aída: Nos pasamos la vida poniendo las
cosas en su lugar. Ordenando todo.
Ramón: Fumigando todo. La casa protegida por
todos los costados de las amenazas….pero las plagas nos siguen persiguiendo.
Aída: Me encantaría estar sola pero no
me quiero quedar sola.
Ramón: Me gustaría volver el
tiempo atrás. A lo mejor si me
hubiese ido antes. Yo siempre digo, a nosotros tres nos van a sacar con los
pies para delante de nuestras casas.
Aída se impresiona.
Ramón: Disculpá, es un dicho.
Aída: Es lo que tenemos. La casa llena
de recuerdos.
(Pausa)
Ramón: ¿Querés que te ayude a sacar a tu mamá
a tomar el fresco?
Aída niega con la
cabeza.
Aída: Ya se durmió.
Ramón: La mía me debe estar esperando, ya es
hora de su cena. Cualquier cosa que necesités avisáme.
Aída: Gracias Ramón, sos muy bueno. Que descanses.
Se
escucha la explosión de varios fuegos artificiales, de a poco van
desapareciendo.
Se escucha la
música de los títulos de la película “The Savage Innocents” de Nicholas
Ray que se asemeja
a una melodía navideña, como si saliera de un televisor.
Aída
se quita la toalla blanca de la cabeza y mira el cielo. Ramón se le acerca y se
toman de las manos, luego se abrazan y finalmente se besan. Ramón la toma en
brazos y la deja en la puerta de su casa.
(Pausa)
Antonio: Vuelvo a mi casa con la urgencia de siempre, no quiero
demorarme. Muy pocos pasajeros viajan a esta hora, algunos me miran porque
parezco un loco hablando solo. Establezco un diálogo con vos a la distancia,
para que te quedés tranquila y esperés a que yo llegue. Ya está aclarando, por suerte ya es sábado,
hasta el lunes a la noche no me toca. Estoy pensando que hoy te voy a bajar de
la habitación para sentarte debajo del árbol del fondo, da buena sombra, así ves la huerta de cerca, todo crece cada
vez mejor. No sabés las ganas que tengo
de escucharte, de que me digas algo, oír un cuento de tu boca, casi no recuerdo
tu voz. Fuimos cambiando, vos ya nos sos esa mujer que recuerdo mirar desde
abajo y yo ya no soy tu hijo chiquito,
nos fuimos acostumbrando a nosotros mismos. Miro las fotos y ahí te
recupero, pero la voz no la puedo recordar. Cierro los ojos y escucho tus
palabras, tus tonos, tus matices por segundos, el ruido del colectivo se aleja
por un instante.
(Pausa)
Abro
los ojos con el grito del chofer, me dormité. Me grita para que me baje, ya me
conoce, sabe dónde me bajo. Las piernas apenas me responden, me duelen las
rodillas, mi cuerpo ya no puede trabajar de noche, se cansa más.
Camino
por el barrio desierto, algunos chicos llegan de los boliches a sus casas y
gritan cosas por la calle, tiran cohetes y se ríen…el frenesí de la juventud,
el entusiasmo navideño, pienso. Me queda una cuadra que parece eterna, ganas de
llegar y sacarme los zapatos, subo la vista hacia las copas de los árboles de
nuestra cuadra y veo un humo gris, raro, estimo que sale de casa, acelero el
paso pensando en todas las posibilidades: un cortocircuito, el arbolito de navidad
de tu cómoda, quedó una hornalla
prendida y se prendió fuego la cortina de la cocina, algo cayó sobre el espiral
que dejé prendido en tu habitación, una cañita voladora entró por la ventana.
Me desespero, empiezo a correr, el corazón me golpea el pecho, me duele la
boca, tengo la garganta seca, no puedo pedir ayuda, solo corro y la energía me
desborda así que me caigo y me rompo las rodillas, me levanto y sigo, la sangre
se pega al pantalón roto de mi uniforme. Llego a mitad de cuadra y veo que el
humo sale de la casa de Aída, por la ventana de la planta alta, la habitación
de su madre, un enjambre de moscas azules se aleja como una nube de humo negro.
Salto la verja de madera, intento derribar la puerta pero no puedo. Ahí recién
me sale la voz ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Socorro!
Ramón: Salto de la cama por los
gritos de la calle que me nombran: ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Ramón!
Antonio: ¡Aída! ¡Aída! ¡Aída!
Ramón: Reconozco la voz de Antonio,
salto de la cama así como estoy, en calzoncillos, mi vieja grita desde su
habitación: ¿Qué pasa Ramón? Bajo la escalera corriendo. Abro la puerta y el
manojo de llaves se me cae de las manos. Salto la verja de un envión y caigo al
jardín de Aída, me da una puntada en el agujero de la muela ¡Antonio grita!
Antonio: ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!
Ramón: ¡No es fuego! ¡Son las bombas de
fumigación!- Tiramos la puerta abajo y encontramos a Aída acostada en el
pasillo del living, no la puedo sacar, está muy pesada, no puedo solo. Me ayuda
Antonio. Sacamos a Aída con las piernas para adelante. Le da el aire y reacciona
llorando apretando el cuello de Antonio con un brazo y mi cuello con el otro
¿Qué
hiciste? ¡Te dije que hay que desalojar personas y mascotas por veinticuatro
horas!
Antonio: ¡Aída, soltáme! ¡Soltáme! ¡Hay que sacar
a tu mamá!
Aída: ¡Mi mamá está muerta! ¡Muerta!
(Silencio)
Aída llora
¡Hace quince
días que está muerta! Al principio parecía que dormía, por momentos hablaba, estoy
casi segura, escuchaba su voz desde su habitación, incluso con el televisor del
living a todo volumen. Un día bostezó con los ojos cerrados y me quedé
tranquila. Al principio dudé porque yo llevaba la bandeja con la comida a su
habitación y cuando la retiraba solo quedaban restos. Pero las moscas empezaron
a aparecer, ya no podía evitar la verdad. Intenté combatirlas por todos los
medios pero no hubo caso, se extendieron por toda la casa. Mi mamá no está,
estoy sola de verdad ¿A quién voy a cuidar? ¿¡Qué voy a hacer ahora!?
No hay comentarios:
Publicar un comentario